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Dragado sí o sí

Hace dos años se conoció el dictamen sobre el Guadalquivir que  elaboró un comité de expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de universidades andaluzas. Sus conclusiones eran enormemente preocupantes: el gran río de Sevilla y de Andalucía es cada ve menos grande. Ha perdido el 85% de sus llanuras mareales y un 60% de los aportes de agua dulce debido a las presas construidas a lo largo de su cauce para regadíos. Tendría que transportar cuatro veces más agua (250 m3 por segundo) de la que lleva habitualmente (63 m3/s), aunque el ideal serían 1.000 m3/s, para que se frenaran la salinidad y turbidez.

Esa turbidez es consecuencia de las elevadas concentraciones de materiales sólidos en suspensión. Y como todo en la Naturaleza es una cadena de causas y efectos, el barro y los sedimentos limitan la penetración de la luz y coartan el desarrollo del fitoplancton, cuya concentración es ya en el estuario veinte veces menor que la de otros ríos similares, y hasta cuarenta veces inferior en primavera.

El Guadalquivir se está convirtiendo así en una fuente emisora de gases de efecto invernadero y favoreciendo la formación de ‘zonas muertas’ en el litoral, donde prosperan cianobacterias que acaban introduciéndose en la cadena alimentaria a través de las coquinas y los peces y provocando mortandades como la de Doñana en 2001.

Como durante la mitad de los días del año el río lleva muy poca agua (no más de 25 m3/s) y se han ido perdiendo llanuras mareales y marismas, la marea está favoreciendo la colmatación del estuario y del cauce, y el calado actual para la navegación de los barcos  (de 5 a 6 metros) propende a reducirse a entre 3 y 4 metros. Por tanto, hay que dragar periódicamente para mantener el canal de navegación, con lo que se contribuye a generar esa capa flotante de sedimentos, en un proceso sin fin.

Según el dictamen del Comité de Expertos, si la dinámica mareal es incapaz de mantener el canal de navegación a la cota de -6 metros, menos lo hará con un dragado de hasta -8 metros. Se entraría en una espiral: la extracción del material del dragado no impediría que el río creara nuevas capas de sedimentos, que saldrían de la erosión de las márgenes.

Aunque los científicos dejan la decisión final sobre el dragado en manos de los políticos, no lo recomiendan expresamente, tanto por sus consecuencias erosionadoras como porque no mejoraría la situación frente a episodios extremos tan habituales en el Guadalquivir, como el incremento de la turbidez y de la salinidad. Del dictamen se colige que abogan por mantener el dragado de mantenimiento, no dar luz verde a ningún proyecto nuevo, recuperar los llanos mareales de Doñana, crear una Autoridad Única sobre el río para acabar con la dispersión de competencias y reevaluar la situación una vez se recupere el Guadalquivir. Lo más urgente, pues, es esperar.

Sin embargo, como los neodesarrollistas han vuelto a la Administración, hay quienes quieren tirar a la papelera el trabajo de dos años del CSIC y de las universidades andaluzas, pese al dinero que ha costado a los contribuyentes, y convertir el dictamen en papel mojado. Para ello, como es tradicional en este país llamado España, qué mejor que recurrir a la política de hechos consumados.

Sin que aún se hayan pronunciado al respecto ni el Consejo de Participación en el Espacio Natural de Doñana ni el Ministerio de Medio Ambiente, la ministra de Fomento, Ana Pastor, ya ha consignado en sus exiguos presupuestos para la provincia de Sevilla una partida de 23 millones de euros para el dragado de profundidad del Guadalquivir. No hay dinero para aquello en lo que hay unanimidad, como serían la ampliación del Museo de Bellas Artes, la rehabilitación del Museo Arqueológico, los festivales culturales, el desdoble de la N-IV y la terminación de algún tramo más de la SE-40, pero sí se reserva para una obra más que controvertida y no avalada por los científicos a los que se encargó expresamente el dictamen, con lo cual se está condicionando de alguna manera la decisión que deben adoptar el Consejo de Doñana y el Ministerio de Medio Ambiente. El titular de este Departamento, Miguel Arias Cañete, no tiene un perfil ecologista precisamente, como acaba de demostrar liquidando la Ley de Costas e indultando el ladrillo en primera línea de playa.

Y en esta política de hechos consumados, el presidente de la Autoridad Portuaria, Manuel Fernández, hace de su capa un sayo y anuncia que a principios de año va a licitar las obras del dragado aunque siga sin contar con autorización administrativa, salvo que bajo cuerda ya le hayan dado vía libre porque esté todo atado y bien atado. En un alarde de irresponsabilidad para un administrador del dinero público, ha declarado que él va a licitar, “y luego que se pronuncie quien quiera pronunciarse, ya sea por vía administrativa o judicial”. Y ha añadido: “Me espero cualquier cosa después de ver que un grupo de vecinos han sido capaces de echar abajo la biblioteca del Prado de San Sebastián y enterrar así muchos millones de euros”.

Perdón. Es justamente al revés: los ciudadanos nos esperamos ya cualquier cosa, incluso que Fernández dilapide 23 millones de euros en una obra que puede ser declarada ilegal, después de ver que un par de rectores de la Hispalense fueron capaces de empecinarse en malgastar 10 millones en una biblioteca fuera de la ley en el Prado y que se hayan ido de rositas sin asumir responsabilidad alguna y cargándole el coste de su imprudencia a los contribuyentes.

 

¿Quién se ha llevado mi queso?

“Las circunstancias han cambiado”. Con esta frase resumieron algunos diputados del PP el tijeretazo dado al Plan de Infraestructuras y Viviendas 2012-2024 (PITVI) presentado el pasado miércoles en el Congreso de los diputados por la ministra de Fomento, Ana Pastor. El cambio de las circunstancias aludía a que cuando se presentó el proyecto por primera vez hace siete meses, la previsión de inversión en obra pública y vivienda era de 225.000 millones de euros, que ahora, de mantenerse la versión reducida y si no hay necesidad de nuevos recortes para cuadrar las cuentas por mayores exigencias de Bruselas, se va a quedar en tan sólo 130.000 millones de euros.

Pero incluso esta cifra tiene truco, ya que únicamente  el 60% procederá de fondos públicos. El 40% restante se confía obtenerlo de una Unión Europea cada vez más restrictiva en la libranza de dinero y de una aportación privada -los famosos proyectos de colaboración público/privada- que no depende de recursos propios, sino de la financiación bancaria, en un escenario con el grifo del crédito aún cerrado.

CADA VEZ MENOS INVERSIÓN

La proyección para el periodo 2012-2024 es que las inversiones en infraestructuras supongan cada vez menor porcentaje del Producto Interior Bruto (PIB), y que pasen del 1,3% en 2013 al 0,90% en años sucesivos. El problema de fondo es que como la economía española no deja de contraerse y la creación de riqueza es menor, también se estima que disminuirá consecuentemente el presupuesto destinado a carreteras, puentes, pantanos, aeropuertos, vías férreas, puertos…. hasta unos 9.000 millones de euros.
En este contexto, la prioridad absoluta de la ministra de Fomento es completar los grandes  corredores del AVE pendientes. Ana Pastor fue tajante al respecto en las Cortes: “Se acabaron los aeropuertos vacíos, los trenes sin pasajeros y las autovías sin tráfico”.

La plasmación de esta política en los Presupuestos Generales del Estado para Sevilla se ha traducido en que el 85%  de los 275 millones de euros asignados a nuestra provincia se destinan a proyectos en marcha y sólo el 7% para nuevas obras; y en que la partida principal, de unos 44 millones de euros, se reserva para el tramo Utrera-Jerez de la línea ferroviaria de alta velocidad Sevilla-Cádiz. En contraste, el dinero para la ronda de circunvalación exterior SE-40 se reduce a unos 15 millones de euros, un 67% menos que en el Presupuesto anterior.

PARÁLISIS

El hundimiento de la obra pública en Andalucía es brutal. El Colegio de Ingenieros de Caminos y representantes de las principales empresas constructoras que operan en nuestra comunidad han denunciado este fin de semana que prácticamente el 90% de las infraestructuras licitadas en Andalucía están paralizadas debido a la “sequía inversora” existente, hasta el punto de que si no se reactivan pronto se perderán los 1.500 millones de euros comprometidos por Bruselas a través de los Fondos Feder.
Si la ministra Ana Pastor hablaba de aeropuertos vacíos, trenes sin pasajeros y autovías sin tráfico como consecuencia de la desaforada política constructora de los años del ‘boom’ del ladrillo, tanto en infraestructuras como en viviendas (al menos hay 600.000 vacías todavía), los ingenieros de Caminos andaluces lamentan que la paralización del 90% de las obras por falta de inversión puede dejar “agujeros abiertos en las ciudades, vías que llevan a ninguna parte y edificaciones públicas abandonadas”. Estamos purgando, pues, los excesos de la etapa anterior, y todo indica que esta “sequía inversora” se va a prolongar en el tiempo.

En este marco se inscribe la estruendosa rueda de prensa de la pasada semana en que el presidente de la Confederación de Empresarios de Sevilla (CES), Miguel Rus, cogestor de una empresa constructora familiar vinculada históricamente a la obra pública y que llegó a la cúpula de la patronal procedente de Gaesco, la sectorial de la construcción, criticó agriamente tanto al Ayuntamiento y a Zoido como a la Junta de Andalucía, aunque el mayor eco de su enmienda a la totalidad la ha tenido el alcalde, el cual se quedó literalmente atónito por lo inesperado del golpe, como el boxeador cazado en frío por un crochet a la mandíbula.

VISIÓN UNIDIMENSIONAL

Al igual que Zoido no ha interiorizado aún que además de alcalde de Sevilla es presidente del PP (A) y por tanto su visión política ha de abarcar el conjunto de Andalucía y no circunscribirse sólo a la capital hIspalense, Miguel Rus todavía carece de una visión global de la economía sevillana y sigue expresándose conforme a los intereses y preocupaciones de Gaesco más que como presidente de la CES. Este carácter  unidimensional de su presidencia ya lo puso claramente de manifiesto cuando despreció públicamente al sector arrocero, al que también representa teóricamente como presidente de todos los empresarios sevillanos, en su defensa unilateral del dragado del Guadalquivir, que beneficiaría a las grandes constructoras, su sector por naturaleza.

Rus alternó ataques contra la Junta y el Ayuntamiento. Acusó al alcalde de falta de interlocución, del abortado ‘tasazo’ de las Ordenanzas Fiscales y de las contradicciones y falta de agilidad de la Gerencia de Urbanismo con Decathlon y Caixafórum, temas en los que podía estar cargado de razones pero que estaban ligados únicamente al sector de la construcción. Su irritación por la falta de grandes obras públicas, debido a los obligados recortes presupuestarios, llegó al extremo de abogar por el cierre de la línea 1 del Metro, en la que se han invertido 658 millones de euros, si no se licitan las restantes pendientes, porque él no le ve sentido a que permanezca en solitario. La tesis no puede ser más disparatada, por cuanto la línea 1 ya arroja beneficios (por más que la empresa constructora de Rus, que participaba en la misma, vendiera en tiempos su participación pensando en que sería deficitaria y por los sobresaltos en su construcción) y es usada por 15 millones de viajeros al año, por lo que algún efecto vertebrador tendrá, diga lo que diga el presidente de la CES.

Sin obviar la responsabilidad de Zoido (derivada de su autocomplacencia y su escudamiento en la confrontación con la Junta para tratar de orillar así los problemas) en la situación de ‘impasse’ de la ciudad, en su desahogo contra la Junta y especialmente contra el alcalde, Rus sangraba por la herida, tal como dejaban en evidencia expresiones en estos términos: “No es de recibo que el recorte sea siempre en obra pública en vez de en presupuestos prescindibles como empresas públicas, observatorios y fundaciones”.

UNA NUEVA REALIDAD

Aun aceptando todas esas lamentaciones, el problema de fondo que expusimos al principio y que parece no quieren ver ni la CES ni Gaesco es que los dorados años de la obra pública y de la construcción del millón de viviendas en números redondos ya no volverán. Por tanto, el sector de la construcción no va a tener ese increíble peso del 17% del PIB, como llegó a ocurrir en Andalucía, y debe adaptarse a la nueva realidad, reinventarse y buscar nuevos nichos de mercados dentro y en el exterior, llámense rehabilitación o eficiencia energética, por más que Rus brame contra las Administraciones que se le pongan a tiro. Su situación recuerda a la descrita en forma de parábola por Spencer Johnson en la famosa obra ‘¿Quién se ha llevado mi queso?’

El libro cuenta cómo la vida de dos ratones y dos liliputienses giraba alrededor de un abundante depósito de queso. Se sentían tan a gusto que no se percataron de que su alimento disminuía día tras día, hasta que se acabó. Al advertirlo, los ratones se lanzaron de inmediato a la aventura por el laberinto en busca de nuevos depósitos de queso. Los liliputienses, por su parte, creían tener derecho al queso que había desaparecido, regresaban cada día al depósito ya vacío, se lamentaban y se limitaban a esperar sentados a que lloviera nuevo queso del cielo, sin arriesgarse a penetrar en el laberinto en busca de una alternativa.

Al margen de que Zoido mereciera en mayor o menor grado el zamarreón del presidente de la CES a ver si sale de su ensimismamiento, en el mensaje contra tirios y troyanos (también la Junta se llevó su buena ración de críticas) de Miguel Rus latía en el fondo la misma airada queja de algunos de los protagonistas de la fábula de Spencer Johnson:

¿Quién se ha llevado mi obra pública?

Unidimensional

Miguel Rus, el hombre que sabía demasiado sobre el desalojo de los chabolistas de Los
Bermejales, ha demostrado en horas 24 que, aunque no lea a Marcuse, es un presidente
unidimensional de la CES. Vamos, que aún piensa como  ladrillero de Gaesco y urbanita de
Híspalis, en vez de como para lo que, se supone, fue elegido: representante de todos los
empresarios de Sevilla, incluida la provincia y su agro. Sólo así se entiende (y se le entiende
todo) su olímpico desprecio a los  arroceros, a su aportación al PIB sevillano y a los miles de
empleos que sustentan  (incluida la parte industrial de Ebro Foods, primera multinacional
arrocera del mundo, nacida aquí), sólo porque cuestionan el dragado (¡uy, perdón! que en el
lenguaje políticamente correcto de Rus debe llamarse ahora “garantía de la navegabilidad del río
para barcos de gran calado”) del Guadalquivir. No sólo no ha leído a Marcuse, sino tampoco el
dictamen de los expertos sobre el estado terminal del río, que precisa de una visión integral y no
de la unidimensional del ladrillero presidente de la CES.