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La solución a la falta de sombra en Sevilla se llama Félix Escrig

Cualquiera de los diseños del pionero de las estructuras ligeras podría aplicarse como solución de emergencia al problema de la ausencia de toldos

Escrig fue el artífice de las pérgolas que proyectaron 50.000 m2 de sombra vegetal en la Exposición Universal de 1992 en la isla de la Cartuja

Proyectó un inédito sistema de grandes sombrillas hexagonales desplegables para la plaza de San Francisco

El «umbráculo», como célula de la cubierta de la piscina de San Pablo, se podía desplegar en segundos para sombrear 100 m2

El delegado de Hábitat Urbano, Antonio Muñoz, ha confesado que lleva unos días sin dormir debido a que Sevilla se va a quedar este verano sin toldos. Según Muñoz, se necesita al menos una solución urgente para la plaza de la Campana, donde los usuarios de Tussam han de esperar a pleno sol en las paradas los autobuses. Si el Ayuntamiento necesita tanto una solución de emergencia como una estructural para la obtención de sombra, basta con que mire a la Escuela de Arquitectura de la Universidad Hispalense y recupere la obra de un maestro y pionero de las estructuras ligeras, Félix Escrig.

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In memoriam

Cuando nada hacía  presagiar  su muerte  tan sólo tres meses después, a Félix Escrig se le ocurrió llevarme a las pistas de deportes de la ETS de Arquitectura. Acabé  ayudándole, a él y a su colega José  Sánchez (los dos en la imagen) a sujetar y extender una estructura ideada  para el congreso ‘Transformables’, que ahora se inicia en Sevilla. Sobre la pista me dio una lección sobre cómo los diseños no se comportan en la realidad como los arquitectos han creído al dibujarlos sobre el papel o en el ordenador, de ahí que él, al modo de maestros como Gaudí, fabricara maquetas de gran tamaño antes de plasmar en la realidad las ideas que bullían en su cabeza. Ese mismo polideportivo alberga ahora, como homenaje al catedrático, director de la ETS durante 12 años y arquitecto encandilado con las posibilidades de las estructuras desplegables, la colección de las maquetas de Escrig previas a obras como la cubierta de la piscina de San Pablo y diseños para dar sombra al coso de la Maestranza y la Plaza de San Francisco. Son mucho más que maquetas: en ellas late el espíritu de su autor y nos muestran el proceso creativo de su forma de entender la arquitectura.

Félix Escrig

El 20 ó 21 de agosto recibí una llamada del más duradero director (12 años) que haya tenido la Escuela de Arquitectura: Félix Escrig. No era una llamada como la de dos meses antes. Entonces, con un hilo de voz, el siempre incisivo y jovial arquitecto a sus 63 años me comunicaba que estaba ingresado en el hospital y que hablaríamos cuando se recuperara porque se sentía muy débil.

Sabiendo de su condición de trasplantado (de hígado), respeté escrupulosamente su silencio, interrumpido sólo por algún fugaz correo electrónico en el que me informaba de que evolucionaba muy lentamente ya en su domicilio. Lo sorprendente de la llamada  de agosto era que me decía que, otra vez, llevaba todo el mes ingresado en el hospital pero que gracias a un ‘pincho’ USB tenía conexión a Internet y estaba trabajando en sus ideas y proyectos desde la habitación en la que lo habían internado porque no podía soportar aburrirse. Su voz era normal y si no hubiera sido por su testimonio no habría creído que estaba encamado en un centro sanitario y que sólo le quedaban ocho días de vida.

Así era Félix, al margen de que pudiera haber presentido su inminente final y querido apurar hasta el último minuto: indesmayable, hiperactivo, sagaz, crítico a fuer de perfeccionista. Compartía conmigo su entusiasmo por el relanzamiento de su editorial de arquitectura, Starbooks, y por Transformables, el congreso que estaba organizando sobre este tipo de arquitectura, que ofrece soluciones sencillas y baratas a problemas reales aunque sean complejos. De esa concepción nacieron sus aclamadas pérgolas para dar  sombra en la Expo  (el director de orquesta Claudio Abbado dijo preferirlas a todos los pabellones que vio en la Muestra) y su cubierta para la piscina de San Pablo.

Había prometido ampliarme los detalles de la solución estructural que ofreció a Monteseirín para ahorrarle a Sevilla los 30 millones de euros gastados en consolidar las ‘Setas’ de la Encarnación y me confesó su frustración, aunque ya curado de todos los espantos políticos, por el desinterés municipal en aplicar su receta arquitectónica, que habría resultado prácticamente gratis a la ciudad.

Hasta el último minuto de su existencia ideó estructuras livianas, escribió artículos en su mente, pensó en alternativas urbanísticas y soñó formas aparentemente imposibles incluso en la cama del hospital, conectado, no sé si de forma clandestina, a través de Internet al mundo que él quería hacer un poco mejor.

Félix Escrig murió con las botas puestas.