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Ray Bradbury (2)

Dice Pilar Alcalá: “Escribo en relación al comentario que sobre la Exposición «Bécquer tan cerca… A través del Arte» se ha hecho a propósito de los libros destruidos. Soy la Coordinadora Literaria de la Exposición, cuyo comisario es el escultor Jesús Méndez Lastrucci. Creo que antes de juzgar dicha obra deberían haberse tomado la molestia de saber qué quieren expresar los autores, arquitectos, de esta obra…Amo los libros por encima de cualquier cosa… Soy filóloga y lectora empedernida… y si los autores han decidido poner esas enciclopedias para que sus hojas les sean arrancadas es porque quieren decir algo. Y no sólo hay libros para ser deshojados… ¿No se han fijado en el libro que en esta misma obra aparece colocado como objeto de culto? La información para que sea tal debe ser completa… Es muy fácil la crítica gratuita… y sin fundamentos. En vez de clamar por esta obra de arte deberían hacerlo por el estado de abandono en que se encuentra la Venta de los Gatos….”. Dice que ama los libros pero los destruye. ¿Tiene sentido? Hay amores que matan.

Ray Bradbury

Ha muerto Ray Bradbury, maestro de la ciencia ficción y autor de obras como ‘Farenheit 451’, así titulada porque es la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde (233 grados en nuestro sistema Celsius): en el futuro los libros serán ilegales y los quemarán los bomberos. No hay que viajar en el tiempo ni siquiera irse al planeta de sus ‘Crónicas marcianas’; basta con quedarse en el presente y, en Sevilla, en la Fundación Valentín de Madariaga. Allí, a algún vanguardista de nuevo cuño, para ilustrar la exposición ‘Bécquer tan cerca… A través del arte’, se le ocurrió el otro día convertir el suelo de una de las salas en un lecho de hojas arrancadas directamente de dos tomos del Diccionario Enciclopédico  Espasa, edición 1957, para que la gente pasara por encima y las pisoteara. No eran meras fotocopias, sino páginas originales de una enciclopedia así destrozada. La realidad supera a la ciencia ficción: la Fundación Valentín de Madariaga, tan progre, destruye los libros sin necesidad de aplicarles el lanzallamas de los bomberos de Ray Bradbury.