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Latín

Preciosa la historia de la periodista Giovanna Chirri, de la agencia italiana Ansa, que el lunes 11 de febrero dio la primicia mundial de la dimisión del Papa. Se encontraba, como en tantas otras ocasiones y junto a otros colegas, cubriendo dentro de la aburrida información sobre el Vaticano la reunión del Sumo Pontífice con la Curia -que para colmo se desarrollaba en latín, como en la época preconciliar- cuando de pronto dio un respingo en la silla al escuchar que Benedicto XVI estaba anunciando su renuncia como sucesor de Pedro. Entre todos los periodistas allí presentes fue la única que se enteró del mensaje papal porque, como estudiante de Lenguas Clásicas en sus años en el instituto, sólo ella sabía o comprendía latín.

El pelotazo periodístico de Giovanna Chirri se produce justo en pleno debate en España sobre la reforma educativa del ministro Wert, cuyo anteproyecto contemplaba la supresión de la enseñanza del latín y del griego con el manido argumento de que no sirven para nada, una herejía en opinión de nuestro sabio Francisco Rodríguez Adrados.

José Ignacio Wert, que por ende es polígloto y habla por lo menos siete idiomas, ha ido aún más lejos al declarar recientemente que los universitarios no deberían estudiar conforme a su vocación sino en función de la ‘empleabilidad’ de las carreras, con lo cual nos enfrenta al concepto mismo de la educación. ¿Es la universidad el alma mater del saber o una mera agencia de colocación? Otra herejía.

En esta columna, que gracias a las lecciones de don Antonio Rabasco Noales se titula ‘Urbi et Orbi’ y no de la forma erróneamente habitual  ‘Urbi et Orbe’ (señal de que algo aprendí de sus enseñanzas en el instituto), puedo remontarme a los tiempos en que aquel ministro de Franco, natural de Cabra (Córdoba) y llamado José Solís planteó el mismo debate existencial con el lema de ‘menos latín y más deporte’, cuestionando así la utilidad de las lenguas clásicas, a lo que un profesor respondió aquello de que el latín servía para que los nativos de Cabra como él se llamaran a sí mismos egabrenses en vez de otro gentilicio más caprino y más rotundo.

Cuando al ministro Wert se le ocurra volver a plantear eso de para qué sirve el latín, podrá contestársele que para dar la exclusiva mundial de la dimisión de un Papa, algo que jamás podrá protagonizar en el futuro un periodista español si sale adelante su reforma educativa sin las lenguas clásicas.

Y es que en mis tiempos no había mayor expresión de admiración que aquella frase de “sabe latín”.