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Sevilla versus Cracovia

En la ciudad polaca vaciaban las papeleras del parque hasta los domingos por la tarde

Triple limpieza de una plaza: dos con agua a presión y otra más con barrido manual

 

La suciedad se ha convertido, brote de listeriosis aparte, en el gran tema de debate en la ciudad tras la vuelta de las vacaciones de verano. La percepción general es que Sevilla está más sucia que nunca, aunque por lo que se lee y lo que se oye esta suciedad parece de origen desconocido, como si los sevillanos no tuvieran arte ni parte en la misma y la responsabilidad de este estado de cosas fuera únicamente de Espadas, de su gobierno y de Lipasam.

Al parecer, ninguno de nosotros arrojamos papeles u otro tipo de residuos a la vía pública, dejamos  cáscaras de pipas al lado de los bancos en los parques, no recogemos los excrementos de las mascotas (hay más de 50.000 en la urbe, entre perros, gatos y otros animales), abandonamos las bolsas de basura fuera de los contenedores ni tenemos ninguna otra conducta incívica de la larga lista relacionadas con el ahora denominado medio ambiente urbano. Eso siempre lo hace un tercero con el que no tenemos nada que ver.

No es de extrañar que se haya recrudecido el debate sobre la suciedad/limpieza de Sevilla tras las vacaciones de verano porque es la época en que los sevillanos tienen más tiempo y oportunidad de viajar fuera, de conocer otras urbes en España y/o en el extranjero y de comparar el aspecto que presentan sus calles, plazas y parques con el de los nuestros. Generalmente acaban con un sentimiento de pesadumbre e indignación al ver la diferencia. A favor de las ciudades que visitan, obviamente.

CRACOVIA

 

Veamos el caso de Cracovia (Polonia), una urbe un poco más grande que Sevilla (767.348 habitantes frente a los 688.711 sevillanos) que ha ostentado la capitalidad europea de la cultura gastronómica, de la que salió su cardenal Karol Wojtyla para ser elegido Papa bajo el nombre de Juan Pablo II (es una figura carismática y de culto allí) y cuyo Casco Antiguo y su contiguo barrio judeo-cristiano de Kazimierz están declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sólo en estas dos zonas hay al menos doscientos bienes patrimoniales de interés histórico-artistico dignos de conocer.

El Casco Antiguo, coronado por la colina de Wawel con vistas al río Vístula y en la que se asientan el castillo y la fastuosa catedral, es la almendra de la ciudad. Mide unos 1.700 metros de longitud de una punta a otra y  unos 740 de anchura, algo así como el equivalente a la distancia entre la Puerta de Jerez y la Plaza de San Lorenzo por un lado y entre la Plaza de la Encarnación y el puente de Triana por otro.

 

ANILLO VERDE

 

Las murallas que protegían esta almendra fueron demolidas en su mayor parte, como las nuestras, pero en vez de construir sobre el espacio resultante una ronda de circunvalación para el tráfico, como aquí, allí crearon un anillo verde denominado Planty, lleno de árboles, plantas y flores. Está articulado por un sendero asfaltado -lástima lo del alquitrán- para el paseo de viandantes y ciclistas y flanqueado por bancos dedicados a figuras de la cultura polaca y universal. Por ejemplo, hay uno que lleva el nombre del poeta argentino Juan Gelman.

En este anillo verde de 21 hectáreas de superficie y unos 4 kilómetros de longitud, para sorpresa de mis acompañantes y mía propia, este verano no se veían siquiera hojas secas caídas en el sendero, en las praderas, en las rosaledas y en las lagunas del parque. El aspecto, en todas las veces que lo recorrimos en distintos días y horas, era impoluto y no tuvimos más remedio que comparar la diferencia con el parque de María Luisa.

En Planty hay papeleras artísticas de hierro forjado giratorias. Pues bien,  un domingo hacia las 19 horas vimos pasar una cuadrilla de operarios de la limpieza armados con grandes bolsas negras. Con un simple movimiento de mano daban la vuelta a las papeleras y vaciaban su contenido en las bolsas. Todo de una forma rápida y sencilla. Y subrayo: un domingo a las 7 de la tarde. ¿Qué pasa en Sevilla un domingo a esa hora en materia de limpieza?

Cracovia es una ciudad mucho más turística que Sevilla. Recibe unos 10 millones de visitantes  al año, casi cinco veces más que nosotros. Pese a esa masificación y a que la denominada ruta real (desde la iglesia de San Florián, en la que estuvo de párroco Juan Pablo II, hasta la colina de Wawel pasando por la enorme Plaza Mayor, de 200 x 200 metros) está habitualmente de bote en bote de gente no se veían residuos por el suelo.

 

COMO LA EXPO

 

Aparte del mayor civismo y amor por su ciudad de los nativos, atribuyo este grado de limpieza a lo que denomino el efecto Expo en los turistas. Recordarán que el recinto de la Exposición Universal de 1992 en la isla de la Cartuja se mantuvo con una limpieza exquisita hasta casi el final. Los responsables de la Muestra dispusieron un sistema de barrido y de recogida de residuos prácticamente en continuo, de modo que los visitantes, al ver todo tan pulcro, sentían pudor de pensar siquiera en arrojar un papel al suelo.

Fue el resultado de un factor de psicología colectiva. Si la gente veía limpieza a su alrededor se comportaba de manera cívica  para no señalarse ante los demás, pero si se dejaba que las calles de la isla presentasen visos de suciedad, gradualmente los visitantes perdían el impulso de reprimirse y empezaban a dejar huellas de su paso en forma  de basura. Por tanto, en esta cuestión creo que impera bastante el dicho de “donde fueres, haz lo que vieres”. Si te ves rodeado de un ambiente limpio, instintivamente te contienes para no ensuciar. Así vimos también que funcionaban en Lausana (Suiza) cuando acompañamos a la entonces alcaldesa Soledad Becerril a la presentación de la candidatura olímpica de Sevilla: nos admiramos todos al ver la pulcritud que reinaba en la ciudad, en la cual ¡ni siquiera había papeleras en las calles!

CABALLOS

Volvamos a Cracovia. Allí también tienen coches de caballos para pasear a los turistas por el Casco Antiguo. Los animales, tipo percherones y no tan estilizados como los nuestros, van enjaezados a coches blancos decorados con diversos motivos o de vistosos colores, y los cocheros van perfectamente vestidos con una indumentaria típica de aquellos lares, en comparación con el desaliño de los cocheros sevillanos.

Los coches se alinean en una larga fila en la Plaza Mayor (Rynek Glówny) y casi enfrente de la maravillosa basílica de Santa María. Allí no había ni rastro ni olor de excrementos de caballo, ni tampoco a lo largo de la ruta habitual por la calle Glodzka hasta Wawel. Cómparese con el aspecto del entorno de nuestra Catedral y del Archivo de Indias y con los cagajones que habitualmente nos encontramos allí y en la calle de San Gregorio, en la ruta al Alcázar.

En la plaza del pintor Jan Matejki, que salvando las distancias y estilo podríamos equiparar en longitud a la sevillana de San Francisco, se hallan el monumento conmemorativo de la batalla de Grundwal y, a sus pies, la tumba del soldado desconocido, donde a principios de agosto se depositaron decenas de coronas y de ramos de flores.

Al día siguiente, hacia las 13 horas, se presentó allí una cuadrilla de trabajadores de la limpieza. Dado que la plaza aparecía ante nuestros ojos perfectamente limpia pensamos que habían ido a retirar los ramos de flores antes de que deslucieran marchitos, pero no. Apoyados por una cuba y armados con una máquina que esparcía el líquido a presión, primero le dieron una pasada al suelo a toda pastilla  con una sustancia jabonosa.

Una vez enjabonada la superficie la aclararon también con agua a presión y dirigieron la mezcla resultante hacia las alcantarillas de evacuación. Y, por último, un barrido manual para que no quedara resto alguno. Una triple actuación que dejó refulgente tan emblemático lugar. Y una vez más nos acordamos de Sevilla, donde parece que se ha perdido hasta la conjugación del verbo baldear.

 

Y no vimos allí a ningún operario, como los nuestros,  con sopladora en ristre, esos artefactos antiecológicos por el ruido que hacen, la contaminación que causan y la alérgica polvareda que forman para agrupar las hojas y otros residuos en las calles, como si nunca hubieran existido las escobas de toda la vida.

 

¿Por qué Cracovia estaba limpia y vemos, como tantos otros convecinos, Sevilla sucia a nuestro regreso? Primero, porque los cracovianos y sus visitantes no ensucian la urbe polaca como nosotros la nuestra y, segundo, porque Cracovia es limpiada con mucha mayor frecuencia e intensidad que Sevilla.

¡Es la educación, estúpido!

La suciedad de Sevilla no se soluciona con diez mil papeleras más, sino con la educación cívica de los sevillanos

La delegación sevillana que acudió a Lausana hace 20 años vio con asombro su limpieza sin papeleras en las calles

 

El gobierno de Espadas ha iniciado un zafarrancho de limpieza de Sevilla en respuesta a la campaña que, emulando a Zoido cuando éste lideraba la oposición (recuérdese el banco roto de Bellavista y la retirada de suciedad, pala en mano, en el Vacie) lanzó a la vuelta de las vacaciones de verano el nuevo portavoz del PP, Beltrán Pérez.

Pérez, que se rodeó de representantes de una veintena de asociaciones vecinales, denunció lo que calificó como “falta de limpieza” de la ciudad por el nulo funcionamiento de la recogida neumática de residuos, contenedores y papeleras llenos, presencia de ratas y “baldeos que brillan por su ausencia”.

Con astucia política, el portavoz del PP se apresuró a destacar que no culpaba de la situación a los trabajadores de la empresa de limpieza municipal (Lipasam), los mismos que le ganaron el pulso que le echaron a Zoido con aquella prolongada huelga de recogida de basura, pese a que el aparato de propaganda del entonces gobierno del PP trató de convencer a través de los medios de comunicación de lo contrario (en la práctica ni siquiera se abrió la bolsa de trabajo). Pérez, decía, culpó a la gestión realizada por Espadas y su equipo y retó al alcalde (otra vez imitando el estilo de Zoido) a ponerse al frente “con los Distritos, los vecinos y Lipasam para conseguir una ciudad más limpia”.

 

REPARTO DE CULPAS

 

Así se las ponían a Fernando VII. El presidente del comité de empresa de Lipasam, Antonio Bazo, recogió el guante lanzado por Pérez y declaró inmediatamente después: “Obviamente, la falta de limpieza en las calles de la ciudad es cierta”. Bazo, para no malquistarse plenamente con unos y con otros, culpó a partes iguales al PP y al PSOE. Al primero, por las restricciones a la contratación impuestas por el Gobierno de Rajoy, que habrían provocado la no sustitución de 180 trabajadores de la plantilla de Lipasam, especialmente en el servicio de limpieza viaria. Al PSOE, que equivale a decir el gobierno de Espadas, porque “habiendo podido mover ficha para corregir la situación, no lo ha hecho”. ¿Soluciones apuntadas por el sindicalista? La primera, la esperable: “Meter más plantilla”. La segunda, ajustar el trabajo a la (menor) plantilla existente.

Viéndose cercado por la oposición y por su propia empresa pública en un tema sensible para los sevillanos (la falta de limpieza de las calles fue señalada como el cuarto problema de la ciudad en el sondeo publicado por Viva Sevilla antes de las vacaciones de verano), Espadas ha reaccionado realizando 119 contratos especiales hasta final de año en Lipasam (así contenta al comité de empresa y frena las acusaciones de inactividad por parte de la oposición), a los que ha unido 25 con cargo al plan especial de Navidad; presentando 12 nuevos camiones de recogida y 8 barredoras, con un coste de 4 millones de euros; destinando 1,3 millones a diez motocarros, tres camiones portacontenedores y compras de bolsas de plástico para los dos próximos años y anunciando la adquisición de 10.000 nuevas papeleras.

 

CAUSA Y EFECTO

 

Por más que Espadas gaste millones (anuncia 9 más en compras para 2018) en camiones, barredoras, bolsas y papeleras, es poco probable que Sevilla deje de estar sucia porque parafraseando a James Carville, el jefe de campaña de Bill Clinton que dijo aquello de “es la economía, estúpido”, lo nuestro no es una cuestión de más equipamiento, sino de más educación cívica. Por tanto, cabe decir “¡es la educación, estúpido!”.

Y es que con las barredoras, los camiones, los motocarros, los contenedores y las papeleras se atiende a las consecuencias, pero no a la causa del problema, que es esencialmente nuestro proverbial vandalismo y ausencia de sentido cívico.

Vamos a ver un ejemplo real del aserto de que no es cuestión de papeleras.

Creo recordar que fue en marzo de 1997 (por lo tanto se habrían cumplido en este 2017 veinte años, un aniversario no recordado, por razones obvias) cuando una delegación oficial de la ciudad de Sevilla, presidida por la entonces alcaldesa, Soledad Becerril, y acompañada, entre otros, por la infanta Cristina y por el exciclista Miguel Induráin, acudió a la sede del Comité Olímpico Internacional en Lausana (Suiza) a defender la candidatura hispalense para organizar los Juegos Olímpicos de 2004.

 

EN LAUSANA

 

Acompañamos a la clase política periodistas de la mayoría de los medios de comunicación locales existentes en aquella época. En uno de los cambios de impresiones tras nuestro desembarco en la capital del COI, que aún presidía el ya desaparecido Juan Antonio Samaranch, Soledad Becerril nos preguntó a algunos periodistas qué es lo que más nos había llamado la atención de la ciudad suiza.

Varios coincidimos en la misma apreciación, porque saltaba a la vista: la extraordinaria limpieza existente en las calles, donde no se veía ningún residuo por el suelo. Pero lo más impresionante de todo es que aquello ocurría pese a que ¡no había papeleras! Cuando la alcaldesa comprobó que también habíamos reparado en esa singularidad, se le iluminó la cara, y exclamó: “¡¿Verdad que sí?!”.

Sus palabras fueron como la expresión de un deseo de lo mismo que ella habría querido para Sevilla y su alegría por que constatáramos que no era una utopía inalcanzable porque en la civilizada Europa se había conseguido.

 

EL PRECEDENTE DE LA EXPO

 

Recordé entonces cómo la Sociedad Estatal para la Exposicion Universal de 1992 había estudiado los mecanismos psicológicos y sociológicos para lograr mantener limpio el amplio recinto de la Muestra. Según el análisis de sus técnicos, si la Expo estaba limpia como una patena, los visitantes se verían condicionados psicológicamente para no ensuciar los suelos, pero si veían suciedad acumulada en las calles y jardines de la Cartuja, aquélla tendería a incrementarse por un “efecto llamada”: no sentirían vergüenza por arrojar residuos pensando en que hacían lo mismo que todos.  Para conseguir el contraefecto “patena”, la Organizadora dispuso de un ejército de barrenderos que repasaban continuamente los espacios públicos y vaciaban papeleras y contenedores. Gracias a aquella estrategia de seguimiento continuo, la Expo relució limpia hasta casi el final, cuando ya los visitantes se sintieron con la confianza suficiente como para comportarse en sus avenidas como si fueran una prolongación de las calles de Sevilla.

 

La diferencia esencial entre nuestra ciudad y Lausana es que allí no había una legión de barrenderos detrás de la gente y ni siquiera papeleras donde arrojar nada, ante lo cual la única opción era guardarse los residuos en los bolsillos o, simplemente, no generarlos.

 

Este cuidado se veía por todas partes y en todos los detalles. Otro ejemplo: en la calle del hotel en que nos alojábamos los periodistas se preparó una mañana una obra que iban a ejecutar inmigrantes asiáticos. Lo primero que hicieron fue extender sobre el asfalto una gran lona negra sobre la que luego fueron depositando la arena, los adoquines, el cemento, la hormigonera… Cuando por la tarde acabaron su trabajo, envolvieron con la lona los restos de la obra, la cargaron en un camión y la vía pública quedó como si allí no se hubiera hecho nada. Y entonces rememoré un encuentro con Manuel Del Valle, cuando aún era alcalde, en que le preguntamos los periodistas por unas obras de la preExpo y llegó a responder con su habitual seriedad: “Dejan las calles peor de lo que estaban antes”.

No hace falta remontarse a veinte años atrás. El sábado jugó el Betis contra el Alavés en Heliópolis. Antes del partido aparcó una furgoneta en una avenida de Los Bermejales. Sus ocupantes se bajaron y se pusieron a comer tranquilamente unos bocadillos. Cuando acabaron arrojaron al suelo las bolsas en que venían envueltos y las servilletas de papel que utilizaron, con total naturalidad por no decir impunidad.

 

Tenían a su izquierda, a pocos metros, una papelera y dos contenedores de basura. Enfrente, otra papelera y contenedores hasta de papel, plástico y vidrio. No se preocuparon de usar ninguno.

 

El remedio, pues, no es comprar 10.000 papeleras más, sino educar a 690.000 sevillanos.