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Semana Santa entre vallas

Espadas se ha atrevido a hacer desde la lzquierda lo que no hizo Zoido en un gobierno del PP: vallar la Semana Santa para más seguridad

 

Las vallas son la respuesta a un problema de fondo que tiene la ciudad, otrora capaz de autorregularse hasta en la bulla

 

Los puristas de la Semana Santa han puesto el grito en el cielo por el Plan de Seguridad aplicado este año y que se ha caracterizado externamente por la colocación de vallas en tramos y/o cruces estratégicos de calles, con las que se ha impedido la proximidad o/y el contacto con los cortejos procesionales.

El efecto positivo de la medida de aforar algunas calles para evitar que la bulla colapsase puntos tradicionalmente conflictivos como el Postigo, la Cuesta del Rosario y la denominada como Cuesta del Bacalao ha sido una mayor seguridad y mayor fluidez en las procesiones, con lo que las cofradías pudieron cumplir con los horarios previstos, sin los retrasos de otros años. El efecto negativo, que la lejanía del público, obligado por la Policía a quedarse detrás de las vallas, ha dejado tramos desangelados, con estampas de cofradías solitarias, sin nadie alrededor.

Sin embargo, el gobierno local socialista que preside Juan Espadas ha tenido perfectamente claro desde el primer día que en el debate entre seguridad y libertad siempre, por muchas incomodidades que cause, ganará la primera, aunque el precio a pagar sea una Semana Santa menos estética o que proyecte la imagen de menor fervor popular por la distancia establecida entre los pasos de misterio y de palio y los fieles.

Así, apenas recibirse las primeras críticas, lo explicó el director general de Emergencias del Ayuntamiento, Rafael Pérez: “Los dispositivos estéticos no existen. Se montan para garantizar  la vida de las personas. Entre un nazareno herido y una persona quejosa, prefiero la que se queja , y a partir de ahí podremos montar el debate que se quiera”.

MÁS ALLÁ

Tras el pánico colectivo de la Madrugada del año 2000 y los graves incidentes acaecidos en las de 2008 y 2015, el equipo de gobierno de Espadas y el del delegado del Gobierno central, Antonio Sanz, han hecho lo que con su populismo nunca osó hacer el de Zoido: vallar la Semana Santa sin complejos de ningún tipo con tal de garantizar la seguridad, el objetivo superior, por encima de cualquier consideración estética o de mantenimiento de la bulla como seña de identidad sevillana.

Ni el Ayuntamiento de Espadas ni la Delegación del Gobierno de Sanz estaban dispuestos a que se repitieran los sucesos de la última Madrugada de Zoido como alcalde tras la estampida provocada por las carreras de personas en pánico huyendo de las reyertas en las botellonas montadas en las Setas de la Encarnación. Zoido no previó que podrían repetirse sucesos como los de antaño, no puso a tantos policías como habría podido en las calles por su afán de recortar gastos y, por ende, tras producirse avalanchas que se llevaron por delante tramos de nazarenos de algunas cofradías, trató de minimizar la gravedad de aquellos sucesos.

Había, pues, que evitar cometer los mismos errores que el gobierno de Zoido para que la Madrugada de Sevilla dejara de ser sinónimo de riesgo e inseguridad, ya que la repetición de este tipo de incidentes no sólo habría empañado la imagen de la Semana Santa y la de Sevilla, sino también la de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y de la Policía Local, de ahí el interés de mantener una estrecha y mutua colaboración entre las sedes de la Plaza Nueva y de la Plaza de España, entre Espadas y Sanz, por encima de cualquier diferencia de tipo ideológico.

MEDIDAS PREVENTIVAS

Si el foco de los incidentes de 2015 fue la botellona incontrolada en las Setas de la Encarnación, la solución drástica y preventiva han consistido en eliminar ese factor de riesgo vallando y prohibiendo el acceso a la denominada Plaza Mayor de las Setas.

Si Zoido escatimó en policías para pagar menos horas extra, Espadas ha hecho todo lo contrario. Si la bulla y los ‘cangrejeros’ delante de los pasos impedían una rápida reacción policial ante cualquier avalancha de público o emergencia sobrevenida, se prohibía el ‘cangrejeo’ y se creaban zonas expeditas de público y pasillos de evacuación, aunque para ello hubiera que vallar tramos o cruces siempre conflictivos.

Dos sucesos externos han contribuido a justificar aún más si cabe el Plan de Seguridad extremo aplicado en la Semana Santa sevillana. Los atentados yihadistas del Martes Santo en Bruselas en el aeropuerto y en el Metro, saldados con más de 30 muertos y de 300 heridos, pusieron de manifiesto cómo cualquier aglomeración de público corre el riesgo de convertirse en objetivo terrorista, y máxime si existe un componente religioso de naturaleza opuesta al fanatismo islamista de quienes, siglos después, aún señalan a Al-Andalus como uno de sus sueños de reconquista. Por eso, al inicial despliegue policial, en esta Semana Santa se ha añadido el refuerzo de vigilancia obligado por activarse al cuatro el nivel de alerta antiterrorista tras los atentados en la capital de la Unión Europea.

Por otra parte, en la noche del Viernes Santo se produjo una estampida en la procesión de la Soledad, en Badajoz, que, salvando las distancias, ha recordado lo ocurrido durante la Madrugada del pánico en Sevilla en el año 2000.

Un estruendo, que en principio se atribuye al impacto con un palo en una puerta metálica  propinado por una persona en estado de embriaguez, provocó una sucesión de gritos y carreras que degeneró en una avalancha de gente presa del miedo. Cuenta la prensa pacense que el desconocimiento del origen del ruido hizo que algunos comenzaran a correr y que esa reacción contagió a centenares de personas que llenaban la plaza y sus alrededores en ese momento.

Un testigo que se hallaba entre el público cuenta que vio a gente “chillar y salir corriendo” y que por un momento pensó que la Virgen se estaba quemando. Incluso después escuchó que podía tratarse de un atentado con bomba, y vio cómo mucha gente se refugiaba en una iglesia. Otro narraba así su experiencia: “Hacía tiempo que no pasaba tanto miedo…. Vi la avalancha de gente que venía despavorida sin saber dónde iba, con los cirios…. Sin rumbo. Los coches de niños por allí. Nos tiraron el estandarte de la Virgen. dos faroles…. Impresionante”.

PARALELISMO

Los relatos muestran un evidente paralelismo con el ataque de pánico colectivo que se desató en Sevilla en la Madrugada del año 2000 y que en menor medida se repitió en 2008 y 2015, y avalan, por tanto, el plan extraordinario de seguridad en esta Semana Santa, con un dispositivo formado por 19 operativos especiales distribuidos en cinco zonas que ha evitado incidentes en las mismas, al tiempo que ha propiciado el cumplimiento de los horarios de las cofradías por la carrera oficial.

No obstante, las vallas no eran una medida permanente. El director de Emergencias del Ayuntamiento resumió la cuestión de esta forma: “Si no hay bulla, las vallas se quitan”.

Esta declaración ha sido el reconocimiento oficial del fin de la leyenda sevillana sobre la capacidad de autorregulación y de saber comportarse, como en una especie de inteligencia colectiva, de la muchedumbre agolpada en las calles durante la Semana Santa y que por tanto hacía innecesario adoptar excepcionales medidas de seguridad porque todo, público y cofradías, fluían de un modo natural, imposible de copiar en otras latitudes.

Aquí se alardeaba de que pese al supuesto millón de personas en las calles no ocurría nunca nada más allá de alguna que otra lipotimia, mientras que en otros sitios concentraciones masivas de tal magnitud habrían derivado en algún tipo de tragedia.

Las estampidas en las Madrugadas de 2000, 2008 y 2015 han acabado demostrando a ojos de las Administraciones Públicas el final de la leyenda de la bulla dotada de capacidad de autocontrol y autorregulación y, por tanto, la necesidad de adoptar medidas extraordinarias de seguridad antes de que ocurra una desgracia.

Las vallas en Semana Santa no han sido, al fin y al cabo, más que una continuación de la evolución defensiva que se viene registrando en la ciudad como reacción al creciente incivismo y vandalismo, los mismos fenómenos que obligaron a Soledad Becerril a vallar de forma permanente los Jardines de Murillo y a Monteseirín los Jardines de las Delicias; y a Pellón el recinto de la Exposición Universal en la Cartuja, vallas que luego los empresarios del Parque Científico y Tecnológico se han negado a que se retiren.

En un paso más en esta línea, Espadas ha acabado vallando las Setas y las calles que haya hecho falta en esta Semana Santa. El problema, pues, no son las vallas; las vallas son la respuesta a otro problema mayor que tenemos en Sevilla.

 

Toca fondo

El hecho de que diez días después de la Madrugá todavía se sucedan las reuniones en el Ayuntamiento, las ruedas de prensa de algunos colectivos, las exigencias de explicaciones más a fondo por parte de la oposición, las opiniones de los hermanos mayores de las cofradías que hicieron estación de penitencia aquella noche y de anteriores responsables del Consejo General, y se mantenga el debate sobre lo realmente acaecido, sus causas y posibles consecuencias, demuestra que no se trató de unos “incidentes aislados”, como para quitarles hierro escribió el alcalde en aquellas horas en su cuenta de Twitter; también que el modelo organizativo de la Madrugá -y por extensión el de la Semana Santa- ha tocado fondo y necesita sin más demora de una revisión en profundidad.

Sobre esta necesidad se detecta una coincidencia prácticamente general. Hay, pues, acuerdo en el qué y sólo falta consensuar el cómo, si esto es posible dadas las heridas abiertas entre los hermanos mayores, que podrían obligar a un intervencionismo -pedido desde ciertos foros- del Arzobispado, cuyo titular ha preferido mantenerse hasta ahora a una cómoda distancia de los conflictos cofradieros.

Monseñor Asenjo llegó a declarar con ironía que era más fácil elegir a un nuevo Papa en un Cónclave vaticano que los hermanos mayores de las cofradías sevillanas se pusieran de acuerdo sobre itinerarios y horarios de las procesiones. Y el segundo intervencionismo ya lo ha planteado el propio Ayuntamiento para sí en aras de una mayor seguridad, un nuevo rol que ha empezado a levantar ampollas en el mundo cofradiero.

QUINCE AÑOS

Una palabra que ha sonado en estos días ha sido relajación. Quince años es el periodo mínimo que, según Ortega y Gasset, debe transcurrir para poder hablar de la conformación de una nueva generación en una sociedad. Y justamente ése es el periodo transcurrido desde los sucesos de la Madrugá del año 2000, en que sin causa aún explicada se provocó un pánico colectivo expresado en masivas carreras en todas direcciones para huir de un peligro indeterminado, arrollándose  todo lo que estuviera por delante: nazarenos, sillas de la carrera oficial, viandantes, mobiliario urbano….

Aquellos sucesos provocaron la creación del Cecop para extremar las labores de coordinación de la Semana Santa, un despliegue policial extraordinario al año siguiente (aunque nunca se confirmó oficialmente, se comentó que dispositivos especializados revisaron desde las alcantarillas hasta las papeleras y contenedores en previsión de que se intentara atentar contra la Madrugá) y un cierto cambio de mentalidad, al percibirse que la  histeria colectiva había supuesto el final de la leyenda de que los sevillanos eran los únicos capaces de desenvolverse con total tranquilidad en medio de una multitud, sin que nunca a lo largo de la historia hubiera ocurrido nada grave, merced a su ‘cultura de la bulla’.

En los 15 años transcurridos, con una nueva generación que no vivió aquellos sucesos, esa consciencia del riesgo catastrófico de 2000 se ha ido perdiendo o adormeciendo, en la idea de que no se habían vuelto a repetir. Pero se han repetido, no de forma generalizada como entonces pero sí en una amplia zona de la ciudad comprendida entre la Encarnación y la plaza del Duque: avalanchas de personas presas del pánico en su huida tras reyertas en botellonas disueltas por la Policía y organizadas en las Setas destrozaron la procesión del Silencio y causaron heridas, contusiones y ataques de ansiedad a nazarenos, pajes y devotos que iban al lado de los pasos.

‘HECHOS AISLADOS’

El error de Zoido consistió en tratar de minimizar los sucesos al reducirlos a “hechos aislados”, un mensaje que podría haberse entendido en aquellos momentos de confusión para evitar una alarma general pero que no podía seguir vigente una vez terminada la Semana Santa y con los turistas ya camino de vuelta. Mientras los medios de comunicación -y especialmente dos periodistas que iban haciendo estación de penitencia en el Silencio y fueron testigos y sufridores de las avalanchas- reconstruían la gravedad de los sucesos -posteriormente se unió el testimonio del párroco de Carrión de los Céspedes-, el Ayuntamiento parecía ajeno a la realidad al hacer un balance triunfalista de la Semana Santa, adobado de datos sobre pernoctaciones hoteleras, consumo en la hostelería, viajeros transportados por Tussam y kilos de basura recogidos por Lipasam y omitiendo todo lo demás.

Esta actitud del gobierno local provocó a mitad de la pasada semana la respuesta reprobatoria del hermano mayor del Silencio, la cofradía rota por las avalanchas, que declaró: “Parece que el Ayuntamiento pone en prevalencia los beneficios económicos y los ingresos de los bares al discurrir tranquilo de la Semana Santa”.

Sólo a partir de entonces fue cuando el alcalde reaccionó exigiendo a sus delegados una investigación sobre la causa de las avalanchas, para poder presentar un informe en la cumbre con los hermanos mayores, convocada sobre la marcha.

BOTELLONAS

Según los testimonios recogidos, la causa última radica en una de las cruces que ha sufrido Zoido durante su mandato desde el Arenal hasta la Alfalfa: las botellonas, especialmente en las Setas, pero no sólo allí. El hermano mayor del Silencio, Alberto Ybarra, ha declarado: “No se pueden consentir concentraciones de gente bebiendo en las Setas, la plaza del Pan, la Pescadería o en Argote de Molina, convertida en un botellódromo cuando la cofradía transitaba por allí….”.  

En la misma línea se ha expresado el párroco de Carrión de los Céspedes, Antonio Romero, que cuando acompañaba al Silencio trató de contener a la multitud que huía despavorida: “¿Por qué, si está prohibido por ley beber en la calle, cómo se puede hacer en la noche quizás más delicada y especial del año…? ¿Por qué no se pusieron multas por el alcohol? ¿Por qué tan poca presencia policial en la calle en medio de tanta desmesura y con los antecedentes de 2000? ¿Por qué se quita importancia a lo sucedido?”.

Cuando en la Madrugada de 2000 se preguntó al responsable del operativo policial por el número de agentes que tenía desplegados por las calles, respondió espontáneamente que eran 46, pero ‘a posteriori’, en la versión oficial de los incidentes se elevó la cifra a 181. En la Madrugá de este año, el número de agentes desplegados, al menos de la Policía Local, también ha sido objeto de controversia entre el gobierno, los sindicatos policiales y la oposición. Mientras aquel sostiene que había 500, entre municipales y nacionales en toda la ciudad (más 100 de paisano), los sindicatos afirman que sólo eran 22 los realmente destinados a intervenir ante cualquier emergencia o imprevistos.

Hayan sido 22 ó 600, parece evidente que fueron insuficientes para establecer barreras de contención ante posibles avalanchas como las del año 2000. Así pues, el control de las botellonas y el dispositivo policial serán claves en el futuro.

GUARDIA BAJADA

En la Madrugá del año 2001 se anunció que tras lo acaecido el año anterior, y por las especiales características de esa noche, se reforzarían las Fuerzas de Seguridad “por sentido común”. Aunque oficialmente no se dieron cifras para no ofrecer pistas a nadie, se supo que se desplegó la plantilla completa de la Policía Nacional en Sevilla y que se trajeron del resto de España 300 policías de unidades especiales de intervención. Por su parte, el Ayuntamiento sacó a toda la plantilla operativa de la Policía Local, la cual fue reforzada con 35 agentes de la Academia y 113 de apoyo logístico, más vigilantes de seguridad en los cruces de todas las calles con la Carrera Oficial.

Si se comparan las medidas de entonces con las actuales convendremos en reconocer que al cabo de 15 años ha habido una relajación, por pensar que aquellos sucesos no se iban a repetir.

Los incidentes y sus secuelas han minado el prestigio y la autoridad del Consejo de Cofradías, ya muy socavados tras la polémica previa de los horarios (dimisión del delegado responsable y tirón de orejas del Cecop obligando a volver al programa del año anterior una vez celebrado el Cabildo de Toma de Horas). Altos responsables de este organismo han confesado que se enteraron por la prensa de lo sucedido en la Madrugá -en algún caso varios días después- y no por conducto oficial, y hasta el presidente fue “ninguneado” en la cumbre con los hermanos mayores en que el Ayuntamiento planteó directamente involucrarse en la organización de la Semana Santa.

Vuelta la oración por pasiva, el mensaje que percibe la opinión pública es que el Consejo ya es incapaz de organizar por sí solo el acontecimiento que es su razón de ser  durante todo el año y por lo tanto sale de esta crisis debilitado y cuestionado.