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El calvo de la Navidad

Clive Arrindell fue durante años ‘el calvo de la Navidad’,  el protagonista de los spots publicitarios que anunciaban el sorteo extraordinario de lotería en la tradicional fecha del 22 de diciembre. El personaje cobraba un dineral por  la exclusiva de rodar única y exclusivamente ese anuncio, sólo ése, en todo el año. Al calvo lo quitaron del medio porque los publicistas llegaron a la conclusión de que la gente acababa recordándole más a él que  lo que anunciaba. Contrariamente a la teoría de Marshall McLuhan, en este caso el medio no era el mensaje, sino el personaje. Lo canibalizaba hasta tal punto que él era por sí mismo la Navidad en vez de la lotería. Por ironías del destino, la fecha del 22 de diciembre de 2010 va a quedar asociada en Sevilla a otro calvo que también cobra una morterada y que lo ha fagocitado todo durante la reciente etapa de la ciudad, la era de Monteseirín como (sin) alcalde. Ese calvo, ni en sus peores pesadillas pudo imaginar que el 22 de diciembre le iba a tocar una lotería muy diferente a la de Navidad: la de Mercasevilla.

La ley del silencio

Un Elia Kazan redivivo podría ambientar otra versión de ‘La ley del silencio’ tanto en los muelles de Nueva York como en lo que rodea  al del mismo nombre que existe  en Sevilla, donde impera una  ley similar gracias a la cobardía colectiva de una sociedad que adora el oro del becerro aun a costa de perder la dignidad y vender hasta el alma. Y, como dijo Cristo, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? Dos sevillanos, el catedrático Luis Rull y el ingeniero Luis Eusebio León, han demostrado tener alma y dignidad al irse directamente a su casa antes que seguir en una tertulia radiofónica donde censuraron sus comentarios sobre el viaje de lujo de Monteseirín y Marchena a Turquía después de que el valido, el mismo que fue premiado por la Asociación de la Prensa (¡qué gran ojo clínico!),  actuara a golpe de teléfono para acallar las voces críticas. La emisora así llamada lo  (sobre)entendió perfectamente: o mordaza de silencio o corte de ciertos fluidos municipales. Es una variante del principio de McLuhan: el telefonazo ya  es el mensaje.