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Autocrítico

Mientras el aparato de propaganda del PSOE trabaja a destajo para enmascarar la derrota electoral de Griñán y presentarla como un triunfo, hay un socialista que no se ha caído del guindo: el presidente de la Diputación. Villalobos, quizás por ser -a mucha honra- de pueblo y no dominar el críptico lenguaje de Griñán y sus ‘griñaninis’, sigue llamando al pan, pan; y al vino, vino. Según el de La Roda, el PSOE debe hacer autocrítica y reflexionar sobre la “tarjeta amarilla” que le han sacado los andaluces, so pena de que el castigo sea mayor si no aísla y ataja prácticas deleznables, en clara alusión a los ERE. Autocrítica, castigo en las urnas, prácticas deleznables en la Junta…. son palabras mayores en un partido que ha preferido estar ciego, sordo y mudo durante todo este tiempo y que ahora hace de la necesidad de formar con IU ‘pinza’ contra Arenas la virtud de aceptar una comisión de investigación parlamentaria por primera vez en muchos años. Al contrario que en el poema de Neruda, Villalobos gusta cuando habla, porque demuestra que no está como ausente.

El bouquinista

bouquinistaAl contrario que su homónimo de ficción creado por Ariosto, Orlando Rivera es un pacífico exiliado cubano que, por azares de la vida, ha acabado como librero ambulante en los Jardines de Murillo. Mientras que a Juan Ramón Aguedilla le mandaba moras y claveles, a Orlando los viejos le regalan libros de eso mismo, para que los venda y se gane unos eurillos, cuando no es él quien los salva de la basura, los recicla y los expone a la curiosidad de jueces, universitarios y transeúntes. El otro día, los polis de Mir, esos que no veían nada raro en los mercadillos bajo la  influencia de Torrijos, le requisaron su inocente mercancía de segunda mano y ahora le exigen 85 euros, en concepto de multa, por  recuperarla. Cuando Neruda estaba postrado en Isla Negra y llegaron los golpistas de Pinochet en busca de armas, el nobel les dijo que debajo de su cama tenía una bomba muy peligrosa: obras de poesía. Los guindillas de Monteseirín, en plan Fahrenheit 451, piensan eso mismo de todos los libros. En la ciudad de las personas no hay, como en París, lugar para el bouquinista.

Sombra

Las crónicas periodísticas sobre el último Pleno municipal, donde se conoció la imputación de Marchena en el caso Mercasevilla y se debatió sobre la numantina resistencia del edil piquetero, coinciden en destacar  que el (sin) alcalde estuvo más (sin) que nunca, de convidado de piedra en su propia casa (grande). Dicen las gacetas que Alfredo optó por ser ‘ni-ni’  y ‘no-no’ al mismo tiempo. Que ni votó a favor ni en contra, ni se abstuvo. Que no se movió. Que no intervino en ninguno de los puntos, ni respondió a las duras acusaciones del PP, ni ofreció explicaciones sobre por qué mantiene en sus puestos al delegado de Economía y al de Tráfico y al imputado Marchena. Que prefirió el silencio. Que estaba callado, ausente, distante y doloroso, como en el poema XV del libro de Neruda, donde él se ha instalado no en el amor, sino en la canción desesperada. Al contrario que en cualquier otro sitio, donde es la Oposición la que forma gobiernos en la sombra, nuestra ciudad tiene un gobierno  presidido por una sombra de alcalde. Monteseirín, la sombra de Sevilla.

El bastón de mando

Dicen que el alcalde es el gran ausente en los actos de la ciudad y eso dispara las cábalas sobre su futuro. O está ausente porque quiere dejar de ser alcalde o al no sentirse ya  alcalde por eso está ausente, como en el poema de Neruda. Dicen también que habría comunicado a Griñán su deseo de dejar el bastón de mando. La percepción hasta en el PSOE es que ese bastón lleva abandonado demasiado tiempo. Recuerden si no lo dicho por Del Valle: si Torrijos tiene más poder que el que representan sus votos es porque está ocupando el vacío que deja Monteseirín. En realidad, Alfredo ha sido siempre un alcalde cogido entre alfileres, primero por las del PA y luego por las de IU.  Viera en Sevilla y Blanco en Madrid han intentado cargárselo al comprobar con horror el rechazo que inspira en las encuestas hasta entre los votantes socialistas, pero ha sobrevivido gracias a la teoría de Chaves de que a un regidor no debe quitarlo el partido, sino las urnas. Que Monteseirín se vaya o se quede, al cabo es indiferente: sólo es una marioneta cuyos hilos mueve  Marchena.