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Los salmones de Villalobos

El presidente de la Diputación de Sevilla destinará 100 millones a frenar la despoblación que afecta a la mitad de la provincia

Hace medio siglo Noruega desarrolló la acuicultura del salmón para fijar la población rural y contener el éxodo a Oslo

Hoy es normal acudir a una pescadería y encontrar a la venta salmón fresco o congelado a un precio digamos más o menos asequible, pero hace cuarenta años este pescado era un producto que podía ser calificado casi de lujo, una exquisitez a precios elevados por su escasez, ya que no es una especie que se pesque de forma masiva en nuestras costas o/y ríos, aunque antiguamente no era así. Consta que en tiempos pretéritos, que siempre se tienen por mejores, los trabajadores de una explotación minera asturiana se sublevaron contra la empresa propietaria, hartos de que en el menú que les ofrecía, un día tras otro se repitiera el salmón como plato principal. De esa extraordinaria abundancia se pasó al extremo contrario, hasta el punto de que en el año 2000 se pescaron en todos los ríos de Galicia tan sólo 58 salmones.

Sin embargo, a finales del siglo pasado el salmón pasó de rareza a inundar nuestras pescaderías y a convertirse en un producto habitual en la cesta de la compra de los hogares españoles. Aquel aparentemente repentino cambio de tendencia tenía un responsable, Noruega. El país nórdico, con 21.612 kilómetros de costa si se contabilizara su millar de  fiordos (son a modo de valles, con paredes en forma de acantilados, inundados por el mar, alguno, como el de Sogn, penetra 200 kilómetros tierra adentro y tiene una profundidad máxima de 1.308 metros), se había dedicado desde los años 70 del siglo XX al desarrollo pionero de la acuicultura del salmón a partir de una partida de ejemplares salvajes que fueron capturados en 41 ríos diferentes del país para asegurar la variabilidad genética y tener mayores garantías de supervivencia.

Así que al cabo de veinte años Noruega ya exportaba salmones al por mayor. El Gobierno del país nórdico (nunca mejor dicho, ya que el nombre propio del país es Norgue, que significa camino hacia el Norte) estaba muy interesado en que en la prensa internacional se hablara del fenómeno de la acuicultura del salmón, para prestigio de la nación y fomento añadido de su consumo. Por eso, hacia 1990, si mal no recuerdo, formé parte de una delegación de periodistas españoles que fuimos invitados por el Ejecutivo de Noruega a un viaje organizado para conocer cómo había sido posible realizar el “milagro” nórdico de la cría masiva de salmones, con los que estaba invadiendo el mercado.

Al margen de los espectaculares paisajes del país, con sus inmensos bosques, cascadas y fiordos, el viaje resultó interesantísimo. Los noruegos estaban desarrollando, en distintas fases, tres tipos diferentes de cría del salmón: en espacios acotados de los fiordos, en enormes  tanques de agua construidos en tierra firme y también en grandes jaulas sumergidas en mar abierto. Para nuestra sorpresa en aquella época, antes de entrar a ver cualquier instalación acuícola nos obligaban a vestirnos como si fuéramos a ingresar en un quirófano, recubiertos desde la cabeza a los pies, calzado incluido, con el fin de evitar cualquier tipo de contaminación que pudiera provocar enfermedades o incluso la muerte de los animales.

Recuerdo particularmente la visita a un lejano fiordo, donde el acuicultor noruego pasaba a lo largo de una pasarela de madera y metal que se extendía sobre el agua con un carrillo de mano lleno de una especie de pienso, compuesto por un prensado de cereales, verduras y descartes de pescado; pienso en cápsulas del tamaño de la falange de un dedo que iba arrojando a derecha e izquierda, al agua, como el granjero que entre nosotros echa grano a sus gallinas y otras aves de corral. El agua se poblaba de salmones que ascendían desde las profundidades con sus enormes bocas abiertas para engullir su diaria ración de comida.

Con la ayuda de un intérprete de la delegación expedicionaria entablamos conversación con el acuicultor noruego. El diálogo se desarrolló en los siguientes términos:

-Este fiordo es maravilloso, con un paisaje espectacular. Usted debe sentirse aquí, en medio de esta Naturaleza fantástica y entre sus peces que acuden a su llamada a la hora de comer, como si fuera el rey de la Creación.

La respuesta del acuicultor nos dejó atónitos, por inesperada:

-Sí, todo esto parece muy bonito, pero ya quisiera yo verles a ustedes aquí, en invierno, con temperaturas a bastantes grados bajo cero, con todo recubierto de nieve y con meses y meses sin ver el sol porque es prácticamente de noche durante todo el día. A  mí, donde realmente me gustaría estar sería en España, en las islas Canarias o en Alicante, disfrutando del sol y del clima que tienen ustedes, y no aquí criando salmones.

Fue entonces cuando uno de los acompañantes que teníamos nos contó que una de las principales razones por las que el Gobierno de Noruega había fomentado la acuicultura del salmón en fiordos tan apartados como aquel en que nos encontrábamos era para combatir la despoblación del país, tratar de fijar la población rural y evitar su cada vez mayor concentración en la capital, Oslo.

Por aquel entonces, Noruega, con 385.203 Km2 de superficie, tenía 4.233.000 habitantes y Oslo, sin contar su extensa área metropolitana, 460.000. Por tanto, uno de cada diez noruegos vivía en la capital (otro 10%, en el extranjero, principalmente en España) y la densidad era de 11 personas por kilómetro cuadrado.

Así pues, medio siglo antes que nosotros los españoles el país nórdico ya había tomado consciencia y tratado de paliar el fenómeno de la “Noruega vacía”, equivalente al nuestro de la “España vacía”, tan tristemente ahora de actualidad. En los treinta años transcurridos desde aquella visita periodística, la población de Noruega ha crecido hasta 5.295.619 personas y la densidad es ahora de unos 14 habitantes por Km2. El número de habitantes de la capital, Oslo, es ya de 673.469 (1.546.706 contando su área metropolitana), por lo que suponen el 12,71% del total (casi tres puntos más que hace tres decenios).

POTENTE SECTOR

El Gobierno noruego, por tanto, no ha conseguido frenar el crecimiento de la capital mediante, especialmente, la emigración procedente del interior del país, pero sin la acuicultura del salmón la despoblación de la Noruega rural y pesquera se habría acelerado muchísimo más. Gracias a ese programa de cría de dichos peces en condiciones de semilibertad hay más de 22.000 personas directamente ocupadas en el sector acuícola, que se ha convertido en el segundo más importante para su economía, hasta el punto de que cada día se sirven 14 millones de raciones de salmón noruego en más de cien países del mundo y el valor del salmón exportado asciende al equivalente a 2.385 millones de euros anualmente.

Sevilla se enfrenta ahora al mismo problema de despoblación que Noruega, ya que la mitad de los municipios de la provincia, capital incluida (aquí sucede al contrario que en Oslo), pierde habitantes de forma continuada desde hace al menos un decenio, de ahí el valor político y el interés objetivo que tiene el anuncio del presidente de la Diputación, Fernando Rodríguez Villalobos, de destinar al menos 100 millones de euros durante este nuevo mandato -y de invitar al resto de Administraciones a aportar una cantidad similar hasta llegar a los 300 millones- a tratar de frenar y revertir el fenómeno de la Sevilla vacía.

¿Cuál será la solución que se arbitre para ello? De momento no hay ninguna receta mágica encima de la mesa, pero el primer paso, quizás el más difícil, está dado: el reconocimiento de la gravedad del problema y la dotación económica para afrontarlo. A su manera, Villalobos busca sus particulares salmones “made in Sevilla” con los que fijar la población rural. Quizás el remedio esté más cerca de lo que imaginamos y consista en mirar hacia nuestros recursos naturales como Noruega miró hacia los suyos para crear uno de los sectores acuícolas más importantes del mundo a partir de aquellos primeros salmones capturados en 41 ríos del país.

Oslo

El entorno (también en Sevilla lo hay, como en el Barça) del alcalde trata de justificar la sobreexposición física y mediática de Zoido durante la Semana Santa, donde lo único que le ha faltado ha sido suplir a Maldonado dando el parte del tiempo a las cofradías, con el argumento de que si no se hubiese hecho tantas fotos capillitas en esta época más habría parecido el alcalde de Oslo que el de Sevilla. Parafraseando a Montserrat Roig, si éste era tiempo de cofradías, hasta podría comprenderse la obsesión de Zoido por retratarse junto a los pasos y utilizar el email municipal (mal hecho) para divulgar sus devociones particulares. El problema no es una semana al año, pues como sostiene Paracelso todo es cuestión de dosis, sino que en las 51 restantes suele moverse en el mismo ambiente, cuando hay muchas otras Sevilla por las que no aparece nunca y que no lo han visto ni en pintura pese a su rollo de la micropolítica. Por éso a mí no me importaría que, al menos de uvas a peras,  Zoido pareciera ser el alcalde de Oslo en vez de el de, siempre, la Sevilla eterna.