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La estatua

Hacía tiempo que no iba a la Catedral. Aquel día, sin prisas, se presentó la ocasión y entré de nuevo en esa maravilla. Me percaté de que al pie de una de las enormes pilastras, no muy lejos de la tumba de Colón, había una escultura de Juan Pablo II. Era la esculpida por  Miñarro, que ha sido ubicada de forma imaginaria en diversos puntos del entorno catedralicio: debajo del magnolio que el canónigo Gil Delgado quería cortar por miedo a sus raíces (propuesta fracasada, a Dios gracias);  al lado de la Casa de la Moneda; en la Puerta de Jerez, compitiendo con la fuente; en la Plaza de la Contratación y, ahora, junto al convento de la Encarnación como si fuera cosa hecha aunque la Junta lo desmiente. No comprendo esta obsesión, que frisa en campaña, por ocupar la calle como sea con la estatua del Pontífice. A mí me pareció perfecta su ubicación en el interior del tercer mayor templo de la Cristiandad. Si las esculturas de Papas y santos abundan empotradas en las columnas de la basílica de San Pedro en Roma no veo por qué Sevilla habría de enmendarle la plana al Vaticano.

Locuras

Hace siete años, un individuo inventó una salvaje forma de acabar con sus problemas vecinales: roció con gasolina un edificio de  Las Letanías  y prendió dos bombonas de butano. Resultado: 4 muertos y 32 heridos. El atroz suceso quedó en el imaginario colectivo. El año pasado, un imitador intentó volar su bloque en Las Naciones, con 80 vecinos dentro: esparció gasolina y colocó 6 bombonas  antes de prender fuego a otra en el cuarto de contadores. Este fin de semana nos dejó dos sucesos inquietantes: un hombre intentó quemar tras una disputa un bloque de 10 plantas en Santa Justa con un bidón de gasolina y otro le arrancó de cuajo un brazo al Gran Poder. Esto último era inimaginable, pero ha ocurrido, y ya hay un antes y un después del ataque al Señor de Sevilla, como lo hubo cuando en 1972 un perturbado rompió con un martillo la nariz y un brazo de ‘La Piedad’, de Miguel Ángel, en el mismísimo Vaticano. Años después, otro demente lo imitó y destrozó a martillazos un dedo del ‘David’, en Florencia. Se ha creado una nueva situación de riesgo: la emulación.

Cambio Alcaldía por una embajada

El alcalde se planta  y dice que seguirá de interino hasta fin del mandato a menos que le den una embajada a la que partir al exilio con sus fieles ejecutores (el valido Marchena y su  cohorte). Monteseirín se inspira en Paco Vázquez,  que parecía el alcalde perpetuo de La Coruña por sus 23 años en el cargo. Como no lo despegaban del sillón ni con disolvente, la única forma que halló Zapatero de propiciar la renovación en Galicia fue darle la embajada ante la Santa Sede, donde son famosas sus comidas a la Curia. Ahora se rumorea en medios diplomáticos que ZP quiere traerlo de vuelta para que sea el nuevo Defensor del Pueblo. Seguro que Alfredo ha cogido onda y por eso se ha pedido una embajada, a ver si le cae esta breva. Total, él alardea de que llegó al PSOE como cristiano de base, y Marchena fue seminarista, de ahí su afición a los ‘bocatto di cardinale’. Monteseirín tiene razón: el alcalde de Sevilla  no puede ser menos que el de La Coruña; en todo caso, más, pues él ha puesto medallas ya a doce vírgenes. Y es que Alfredo nunca da puntada sin hilo.