Casi una semana después de que en horario laboral una turba se concentrara a las puertas de la Audiencia para coaccionar a la juez Alaya en su investigación sobre la presunta implicación de líderes de UGT y CCOO en el escándalo de los ERE, (no) sorprende ya el silencio del potente lobby femenino, que probablemente con Amparo Rubiales al frente habría reaccionado de manera fulminante y solidaria en caso de que la víctima del escrache hubiera sido otra del mismo sexo como, un poner, la fiscal jefe. Y eso que Alaya no sólo fue denigrada digamos que ideológicamente con los gritos de ‘pepera’ e ‘inquisidora’, sino también por su condición de mujer al ser tachada de ‘fea’. En aquel contexto, el calificativo no tenía precisamente connotaciones estéticas, ni habría sido empleado en el género masculino en caso de que el acosado hubiera sido un juez varón. ¿Imaginan a los viriles sindicalistas atacando a, por ejemplo, Baltasar Garzón llamándole ‘feo’? Hubo, pues, una exhibición añadida de machismo, pero se ve que ese día el feminismo militante no estaba de guardia.
Insolidarias
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