Aviso a navegantes. Coincidiendo con la Feria, se han divulgado dos nuevos estudios (el de Funcas y el de Analistas Económicos de Andalucía) que coinciden en augurar que la recesión seguirá hasta 2013 como mínimo, con caída del consumo, destrucción de puestos de trabajo y crecimiento del paro hasta el 26% de la población activa en España y el 33,5% en Andalucía, región donde no se creará empleo en dos años. Un panorama aterrador pero menos apocalíptico que el de otros informes internacionales, que prevén un decenio y una generación perdidos para España y posponen la recuperación hasta 2017.
Si saco a colación estos análisis no es por amargar las últimas horas de la Feria, sino justamente para incidir en el enfoque puramente economicista con que se ha tratado la fiesta este año, la denominada ‘Feria de la crisis’, y alertar de que no será la única con este apelativo, por lo que habrá que actuar con la antelación suficiente para paliar unos efectos que ya se han notado en esta edición.
MOTOR ECONÓMICO
La Feria, que en su origen fue un negocio ganadero, derivó en un evento festivo con predominio del ocio, aun cuando el componente economicista siempre estuvo latiendo, adoptó nuevas formas en función de los tiempos y en último extremo se sustentó en la ingente demanda de servicios y de todo tipo de abastecimientos de esta ciudad efímera, por la que podía acabar pasando la tópica cifra del millón de personas.
En los últimos años, la Feria ya no se mira como la gran fiesta, junto con la Semana Santa, de la ciudad, sino como un ‘obligado’ motor para su economía, máxime después de que el Ayuntamiento encargara a la Universidad Hispalense que evaluara el impacto económico de las fiestas primaverales. El de la Feria se estimó en 675 millones de euros, rebajados este año a 600 por el factor corrector de la crisis.
LOS INDICADORES
Hemos vuelto a la percepción de la Feria como negocio ante todo y a la de los sevillanos no como quienes la disfrutan en un sentido lúdico, familiar o de confraternización, sino como meros consumidores, que alientan las perspectivas de hacer caja en función de los indicadores que van dejando a su paso o incluso por su ausencia: las toneladas de basura recogidas, el número de viajeros de autobuses y Metro, la ocupación de los aparcamientos….
Una tendencia magníficamente descrita por Javier Recio en su crónica ‘La gran mentira’, publicada el viernes en estas páginas, y en que la que exponía: “¿Qué credibilidad pueden tener las estadísticas que hablan de más animación en la Feria en función de los kilos de basura recogidos o de los billetes de Metro expendidos? ¿Alguien ha contado el número de sevillanas bailadas, o la cantidad de sonrisas adolescentes? ¿Dónde está el cálculo de las miradas traviesas? ¿Y el de los besos fugaces? ¿Y el de los abrazos lujuriosos? Avísenme cuando lo hagan y empezaremos a entender mejor el espíritu de esta fiesta”.
Desgraciadamente, aún no se ha inventado para la Feria un índice como el de felicidad por países que acuñó ‘The New Economic Foundation’ y que situó a Vanuatu como el pueblo más feliz de La Tierra, mientras que EEUU, la súper potencia económica, aparecía en el puesto 150. Nuestro reduccionismo nos lleva únicamente a medir el PIB que genera la Feria en función de la crisis y no como un refugio festivo, aunque efímero, contra la misma.
LOS DETALLES
Si de convertir la Feria en motor económico se trata, cuidemos al menos el negocio y no descuidemos detalles, como ha hecho el Ayuntamiento al propiciar la polvareda de los primeros días por ahorrarse capas de albero (la cantera proveedora de Alcalá ha revelado que se esparcieron sólo dos centímetros en vez de los catorce necesarios), con lo que al final ha tenido que esparcir más de 8.000 kilos de cloruro cálcico para fijarlo frente al viento, a modo de lechada de cemento blanco, y cambiado la tonalidad habitual del recinto.
Y a mayor crisis, menos carruajes en el paseo de caballos, con lo que se desluce uno de los atractivos de la fiesta. Tras el colapso que obligó hace años a implantar los días alternos de salida, ha ido decayendo el número de enganches. De los 700 con derecho a salir cada día, se estima que sólo lo hacen unos 400, con lo que cabe preguntarse si tiene sentido mantener el sistema vigente o conviene dotarse de otra normativa para flexibilizar o incluso incentivar su presencia en función de las circunstancias.
EL DÍA FESTIVO
La crisis tiene su traducción sociológica en los cambios de las costumbres, como se ha detectado este año en una mayor afluencia de público por la tarde, tras la hora de la comida familiar en casa para ahorrar y ya no tanto en las casetas (caída del consumo), y en el mayor uso del autobús y del Metro (demasiados fallos esta vez) para desplazarse al Real en vez del coche privado (menor ocupación de los aparcamientos).
En este contexto, una Feria de diez días -porque en realidad empieza el viernes con la Preferia-, y siempre con la amenaza latente de la lluvia en primavera, se antoja demasiado larga para unos bolsillos semivacíos sin que medie un día festivo y confiando en que los forasteros (también afectados por la crisis, no se olvide) reanimen la recta final y den así la coartada perfecta a los sevillanos para irse a descansar a la playa.
Atendiendo a la prolongación de la crisis, que se dejará sentir también o aún más en la Feria de 2013, quizás sea conveniente reflexionar sobre si no es mejor decretar un festivo local en su ecuador y acortar su duración real al sábado, para que haya no un Lunes, sino un Domingo de Resaca.