El hecho de que diez días después de la Madrugá todavía se sucedan las reuniones en el Ayuntamiento, las ruedas de prensa de algunos colectivos, las exigencias de explicaciones más a fondo por parte de la oposición, las opiniones de los hermanos mayores de las cofradías que hicieron estación de penitencia aquella noche y de anteriores responsables del Consejo General, y se mantenga el debate sobre lo realmente acaecido, sus causas y posibles consecuencias, demuestra que no se trató de unos “incidentes aislados”, como para quitarles hierro escribió el alcalde en aquellas horas en su cuenta de Twitter; también que el modelo organizativo de la Madrugá -y por extensión el de la Semana Santa- ha tocado fondo y necesita sin más demora de una revisión en profundidad.
Sobre esta necesidad se detecta una coincidencia prácticamente general. Hay, pues, acuerdo en el qué y sólo falta consensuar el cómo, si esto es posible dadas las heridas abiertas entre los hermanos mayores, que podrían obligar a un intervencionismo -pedido desde ciertos foros- del Arzobispado, cuyo titular ha preferido mantenerse hasta ahora a una cómoda distancia de los conflictos cofradieros.
Monseñor Asenjo llegó a declarar con ironía que era más fácil elegir a un nuevo Papa en un Cónclave vaticano que los hermanos mayores de las cofradías sevillanas se pusieran de acuerdo sobre itinerarios y horarios de las procesiones. Y el segundo intervencionismo ya lo ha planteado el propio Ayuntamiento para sí en aras de una mayor seguridad, un nuevo rol que ha empezado a levantar ampollas en el mundo cofradiero.
QUINCE AÑOS
Una palabra que ha sonado en estos días ha sido relajación. Quince años es el periodo mínimo que, según Ortega y Gasset, debe transcurrir para poder hablar de la conformación de una nueva generación en una sociedad. Y justamente ése es el periodo transcurrido desde los sucesos de la Madrugá del año 2000, en que sin causa aún explicada se provocó un pánico colectivo expresado en masivas carreras en todas direcciones para huir de un peligro indeterminado, arrollándose todo lo que estuviera por delante: nazarenos, sillas de la carrera oficial, viandantes, mobiliario urbano….
Aquellos sucesos provocaron la creación del Cecop para extremar las labores de coordinación de la Semana Santa, un despliegue policial extraordinario al año siguiente (aunque nunca se confirmó oficialmente, se comentó que dispositivos especializados revisaron desde las alcantarillas hasta las papeleras y contenedores en previsión de que se intentara atentar contra la Madrugá) y un cierto cambio de mentalidad, al percibirse que la histeria colectiva había supuesto el final de la leyenda de que los sevillanos eran los únicos capaces de desenvolverse con total tranquilidad en medio de una multitud, sin que nunca a lo largo de la historia hubiera ocurrido nada grave, merced a su ‘cultura de la bulla’.
En los 15 años transcurridos, con una nueva generación que no vivió aquellos sucesos, esa consciencia del riesgo catastrófico de 2000 se ha ido perdiendo o adormeciendo, en la idea de que no se habían vuelto a repetir. Pero se han repetido, no de forma generalizada como entonces pero sí en una amplia zona de la ciudad comprendida entre la Encarnación y la plaza del Duque: avalanchas de personas presas del pánico en su huida tras reyertas en botellonas disueltas por la Policía y organizadas en las Setas destrozaron la procesión del Silencio y causaron heridas, contusiones y ataques de ansiedad a nazarenos, pajes y devotos que iban al lado de los pasos.
‘HECHOS AISLADOS’
El error de Zoido consistió en tratar de minimizar los sucesos al reducirlos a “hechos aislados”, un mensaje que podría haberse entendido en aquellos momentos de confusión para evitar una alarma general pero que no podía seguir vigente una vez terminada la Semana Santa y con los turistas ya camino de vuelta. Mientras los medios de comunicación -y especialmente dos periodistas que iban haciendo estación de penitencia en el Silencio y fueron testigos y sufridores de las avalanchas- reconstruían la gravedad de los sucesos -posteriormente se unió el testimonio del párroco de Carrión de los Céspedes-, el Ayuntamiento parecía ajeno a la realidad al hacer un balance triunfalista de la Semana Santa, adobado de datos sobre pernoctaciones hoteleras, consumo en la hostelería, viajeros transportados por Tussam y kilos de basura recogidos por Lipasam y omitiendo todo lo demás.
Esta actitud del gobierno local provocó a mitad de la pasada semana la respuesta reprobatoria del hermano mayor del Silencio, la cofradía rota por las avalanchas, que declaró: “Parece que el Ayuntamiento pone en prevalencia los beneficios económicos y los ingresos de los bares al discurrir tranquilo de la Semana Santa”.
Sólo a partir de entonces fue cuando el alcalde reaccionó exigiendo a sus delegados una investigación sobre la causa de las avalanchas, para poder presentar un informe en la cumbre con los hermanos mayores, convocada sobre la marcha.
BOTELLONAS
Según los testimonios recogidos, la causa última radica en una de las cruces que ha sufrido Zoido durante su mandato desde el Arenal hasta la Alfalfa: las botellonas, especialmente en las Setas, pero no sólo allí. El hermano mayor del Silencio, Alberto Ybarra, ha declarado: “No se pueden consentir concentraciones de gente bebiendo en las Setas, la plaza del Pan, la Pescadería o en Argote de Molina, convertida en un botellódromo cuando la cofradía transitaba por allí….”.
En la misma línea se ha expresado el párroco de Carrión de los Céspedes, Antonio Romero, que cuando acompañaba al Silencio trató de contener a la multitud que huía despavorida: “¿Por qué, si está prohibido por ley beber en la calle, cómo se puede hacer en la noche quizás más delicada y especial del año…? ¿Por qué no se pusieron multas por el alcohol? ¿Por qué tan poca presencia policial en la calle en medio de tanta desmesura y con los antecedentes de 2000? ¿Por qué se quita importancia a lo sucedido?”.
Cuando en la Madrugada de 2000 se preguntó al responsable del operativo policial por el número de agentes que tenía desplegados por las calles, respondió espontáneamente que eran 46, pero ‘a posteriori’, en la versión oficial de los incidentes se elevó la cifra a 181. En la Madrugá de este año, el número de agentes desplegados, al menos de la Policía Local, también ha sido objeto de controversia entre el gobierno, los sindicatos policiales y la oposición. Mientras aquel sostiene que había 500, entre municipales y nacionales en toda la ciudad (más 100 de paisano), los sindicatos afirman que sólo eran 22 los realmente destinados a intervenir ante cualquier emergencia o imprevistos.
Hayan sido 22 ó 600, parece evidente que fueron insuficientes para establecer barreras de contención ante posibles avalanchas como las del año 2000. Así pues, el control de las botellonas y el dispositivo policial serán claves en el futuro.
GUARDIA BAJADA
En la Madrugá del año 2001 se anunció que tras lo acaecido el año anterior, y por las especiales características de esa noche, se reforzarían las Fuerzas de Seguridad “por sentido común”. Aunque oficialmente no se dieron cifras para no ofrecer pistas a nadie, se supo que se desplegó la plantilla completa de la Policía Nacional en Sevilla y que se trajeron del resto de España 300 policías de unidades especiales de intervención. Por su parte, el Ayuntamiento sacó a toda la plantilla operativa de la Policía Local, la cual fue reforzada con 35 agentes de la Academia y 113 de apoyo logístico, más vigilantes de seguridad en los cruces de todas las calles con la Carrera Oficial.
Si se comparan las medidas de entonces con las actuales convendremos en reconocer que al cabo de 15 años ha habido una relajación, por pensar que aquellos sucesos no se iban a repetir.
Los incidentes y sus secuelas han minado el prestigio y la autoridad del Consejo de Cofradías, ya muy socavados tras la polémica previa de los horarios (dimisión del delegado responsable y tirón de orejas del Cecop obligando a volver al programa del año anterior una vez celebrado el Cabildo de Toma de Horas). Altos responsables de este organismo han confesado que se enteraron por la prensa de lo sucedido en la Madrugá -en algún caso varios días después- y no por conducto oficial, y hasta el presidente fue “ninguneado” en la cumbre con los hermanos mayores en que el Ayuntamiento planteó directamente involucrarse en la organización de la Semana Santa.
Vuelta la oración por pasiva, el mensaje que percibe la opinión pública es que el Consejo ya es incapaz de organizar por sí solo el acontecimiento que es su razón de ser durante todo el año y por lo tanto sale de esta crisis debilitado y cuestionado.