Durante la búsqueda en mi archivo personal de documentación para el reciente homenaje en Huelva al historiador zalameño Antonio Ramos Oliveira he hallado un texto mecanografiado, con tachaduras y anotaciones a mano, titulado ‘Relato de un testigo’. Versa sobre las ejecuciones, el 31 de agosto de 1936, de mineros de la Columna de Riotinto que acudieron a Sevilla en defensa del legítimo Gobierno de la República tras el estallido de la guerra civil y que fueron objeto de una emboscada en La Pañoleta. Lástima que este relato, con todos los visos de verosimilitud, no lo hubiera encontrado antes de la publicación del libro ‘Objetivo: defender Sevilla’, dedicado en buena parte a la Columna Minera y en el que se incluye una modesta participación de este cronista. He enviado a su autor, Miguel Ángel Collado Aguilar, este material, confiando en que pueda identificar al testigo de las ejecuciones, cuya supuesta firma aparece tras tres líneas manuscritas a lápiz al final del texto mecanografiado. Hago a continuación la transcripción del mismo por creerlo de interés para los lectores del blog. Dado que sólo tiene un punto y aparte, lo divido en párrafos a mi criterio para facilitar la lectura, así como realizo correcciones gramaticales y de estilo. En letra cursiva transcribo las líneas tachadas a lápiz pero legibles en el original mecanografiado.
«A las cuatro menos cuarto de la madrugada franqueábamos la sólida cancela de la Cárcel Provincial. Presentamos nuestras credenciales a los guardianes y por entre una fila de bayonetas avanzamos al interior. Ruidos de cerrojos y de llaves. Más cancelas y más centinelas. Por fin llegamos a un patio grande, en donde desembocan gran cantidad de celdas. (El ambiente es trágico y) las grandes monteras del patio dejaban (que) se filtrara una ligera claridad.
Era el nuevo día que se anunciaba, día que ya no verían los ojos de los 67 reos condenados a muerte. Un oficial de Prisiones con gorra galoneada abre una puerta y por ella lentamente salen seis frailes que han pasado la noche auxiliando espiritualmente a los desgraciados mineros.
La presencia de los religiosos, enfundados en sus severos hábitos, hace más imponente el momento angustioso que vivo. Un calor frío recorre mi cuerpo. Creo (que) no voy a poder resistir el (angustioso) terrible momento, y para reponer mi espíritu enciendo nerviosamente un cigarro; fumo alocadamente; tiro el pitillo casi entero.
(Reconozco a uno de los religiosos; es el virtuoso Padre Fray Venancio de Écija. Director espiritual de mi familia) me acerco a él y él me da ánimos. Yo es la primera vez que asisto a una ejecución, pero tan enorme como sólo se recuerda en la invasión francesa con los fusilamientos en masa ordenados por Murat.
Primera hoja mecanografiada del ‘Relato de un testigo’
Un oficial del Ejército se coloca junto a la puerta de la celda. Lleva un papel en la mano y comienza a leer en voz alta unos nombres. Los llamados van apareciendo en la puerta y alineándose en el patio (1-10-10 así hasta 67). Sus aspectos son indescriptibles. Gente campesina de rostros tostados por el sol.
Van pelados al rape, con barba de 15 días. La palidez de sus rostros y el descuido de sus barbas hacen de ellos verdaderos (cadáveres vivos) espectros. Yo los admiro en su valor, pues valor es poder permanecer de pie y alinearse a la voz del oficial. De pronto, uno de ellos, no pudiendo aguantar más la angustia de su pecho, rompe a llorar con un llanto nervioso y desgarrador.
El llanto, como la risa, es contagioso y aquel primer grupo de 12 mineros llora ante la proximidad de la muerte. Algunos, con más espíritu, quieren infundir entereza al grupo y me pide (sic) un cigarro. Lo enciende y empieza a fumar aparentando despreocupación. Es sólo un momento. Pronto empieza también a acongojarse.
Piden agua. Beben con avidez. Con resignación se dejan poner las esposas. Se pasa lista otra vez. De ellos se hace cargo un piquete de la guardia civil, que firma su entrega. Se abre una espesa reja y el grupo desaparece entre los duros barrotes de la cancela. Los van a fusilar en el sector de Amate. (Son) Es en este momento las 4 y cuarto de la mañana.
Instantes después aparece el segundo grupo de mineros. Este es de once individuos. El mismo aspecto que el anterior, pero contrasta su gran serenidad. Se alinean silenciosos. Destaca del grupo, por su aparente tranquilidad, el que hace el tercero en la fila. Es un hombre delgado, alto, con el pelo sin cortar. Tiene apariencia de dirigente. No deja de mirarnos fijamente, como desafiando. Debe ser un verdadero idealista. Llama a un oficial con el que cambia algunas palabras, que no oímos.
La aparente entereza de este grupo me devuelve mi tranquilidad. Todos son esposados. Cumplidos los trámites de la entrega, el grupo se pone en marcha. Al desfilar delante de nosotros, el tercero en fila nos dedica una mirada despreciativa al tiempo que dice: «QUE VIVAN USTEDES MUCHOS AÑOS PARA HACER MUCHAS COSAS COMO ÉSTA».
Segunda hoja mecanografiada
Pobre hombre. Marchó a la muerte con un valor y una serenidad digna de mejor causa. (Dios lo haya perdonado). Cuando nos vemos solos, respiramos. Aún quedan cuatro grupos y yo tengo que presenciarlo todo pues mi grupo es el último.
Aparecen sucesivamente el grupo 3º, 4º y 5º. Más o menos lo mismo, pero todos con mucha menos entereza que el segundo. En todos, las mismas caras de atontados, con el mismo mirar vago e inexpresivo. Parece que son los mismos que lo traen de nuevo. Yo me he tranquilizado mientras tanto. Desde que marchó el primer grupo ha pasado una hora. Ya es de día claro, y esperando al grupo final quedamos muy pocos.
Estamos el oficial del piquete, teniente de Regulares de Ceuta; el juez (Sr. Valpuesta), un jovencito con gafas con uniforme militar, uno de los frailes y varias parejas de la Guardia Civil (además del personal de la Prisión). Por fin aparece el que yo llamo mi grupo. Destaca enseguida de entre los once un hombre de mediana estatura, con una blusa como las que usan los camareros, que en tiempos fue blanca. Es un pobre hombre que, seguramente inocente, no se resigna a morir.
Al verme a mí, que soy de entre el grupo el único que viste de paisano, el hombre se dirige a mí para contarme su historia. (Él) me dice que (él) no tiene nada que ver en este asunto; que es de Valverde del Camino y que estando a la puerta de su casa vio pasar unos camiones (y) que lo invitaron a subir, pero que él ni sabía a lo que venían ni siquiera estaba enterado (de) que había estallado la revolución.
Tiene un recuerdo para la mujer y dos niños pequeños y pide clemencia. Todo esto dicho con palabras atropelladas entremezcladas con sollozos. Yo procuro calmarle, profundamente conmovido por el relato de este infeliz engañado por dirigentes que a estas horas están bien a salvo y con toda tranquilidad (¿cuándo se desengañarán los pobres obreros del crimen que con ellos cometen los jefes marxistas?).
Cuando el oficial lo hace callar y poner en filas, el hombrecillo de la blusa blanca y de la cara redonda no deja de mirarme y querer hablarme con la vista. Veo que su semblante se anima y que el pobre abriga un rayo de esperanza. Empiezan a esposarlos. Muchos, antes de dejarse poner las esposas, se dan la mano y se abrazan despidiéndose. Sobre todo, dos muchachos jóvenes, que deben ser muy amigos.
Tercera hoja mecanografiada
Se acabaron las esposas y no queda(n) para el hombrecillo de Valverde. Esta circunstancia le hace tener aún más esperanzas, al verse que lo conducen suelto. Y al pasar por delante de mí me mira (como agradecido) casi sonriente. Yo, comprendiendo su trágico engaño, vuelvo la cara a otro lado.
El grupo atraviesa la cancela y lo seguimos. Llegamos a un patio interior en donde está dispuesto un camión de los de carga. Le arriman un banco para que puedan subir. Ya en el camión se le ordena por los guardias que se sienten. Así lo hacen y el camión se pone en marcha. Salimos al exterior. Allí espera un gran camión cargado con soldados de Regulares de Ceuta encargados de la ejecución.
La triste caravana se pone en marcha. Primero, un coche de turismo, en el que vamos nosotros; después, el de los mineros; por último, el de los regulares. Por las calles ya se ven muchos obreros que se dirigen al trabajo, con sus canastos. Empiezan a circular los primeros tranvías. Todos nos miran, parándose a nuestro paso. Comprenden a dónde vamos.
Por fin llegamos al lugar de la ejecución: las antiguas murallas romanas (sic) de la Macarena, frente al Hospital Provincial. Los camiones se detienen y los guardias ayudan a apearse a los reos. Con agilidad de felinos, los Regulares saltan del camión y rápidamente forman el piquete. Hay muchos curiosos que desde lejos quieren ser testigos del horrible cuadro.
En la cuarta hoja del documento hay un dibujo a lápiz o carboncillo de, probablemente, el crucero pesado Canarias, usado por el bando rebelde en la guerra civil
Los mineros son conducidos al pie de la muralla. Van con paso resuelto a la muerte. De pronto, el hombrecillo de la blusa blanca se vuelve hacia nosotros y llama al religioso. Éste se acerca. Él pide que interceda por él, que lo manden al Tercio. Pide clemencia. El instante es extraordinariamente trágico. El oficial, queriendo evitarnos esta escena, da órdenes enérgicas. Entonces el hombrecillo de Valverde se vuelve a mí y me da una medalla del (Sagrado) Corazón de Jesús que llevaba en el pecho.
Nos retiramos. Se oyen enérgicas las voces de mando. Todo está dispuesto. Miro al grupo de los mineros. Todos han contraído el cuerpo esperando la descarga que los destroce. ¡FUEGO! Una (descarga) detonación horrible nos hace estremecer. La fila de los infelices mineros se desploma al pie de la muralla vieja de veinte siglos. Así pagaron unos infelices analfabetos (el horrible crimen de quien supo llegado el momento de un criminal boticario, que quizás a la misma hora saldría alegremente de un Cabaret de Casablanca).
Sevilla, lunes 31 de Agosto de 1936.
el absurdo intento de oponerse al movimiento militar, con las solas armas de sus cartuchos de dinamita».
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Buen día. Me parece un relato de gran interés. Me gustaría saber si podemos enlazar esta información en la web https://todoslosnombres.org/noticias/, de la cual soy su coordinador. Así mismo, pienso que podría ser extensiva a otros artículos suyos, y también incluir su web entre nuestros por tener un indudable interés para nuestros objetivos. Y pienso también que podría convertirse (con un ligero ajuste editorial) en una , otra de nuestros apartados que le daría mayor sentido y estabilidad a este testimonio.
En definitiva, me gustaría poder comentar estas iniciativas, y otras posibles, porque supondrían un enriquecimiento de nuestra web. Gracias…
buenas tardes, mi nombre es Alfredo Moreno, vecino de Minas de Río Tinto, en primer lugar quiero mostrarle mi felicitación por el artículo documentado, aunque mi apreciación sea minúscula ante el gran currículum periodístico que usted posee. Me dirijo a usted para preguntarle si ha investigado el nombre del valverdeño que se dirigió al que escribió las notas mecanografiadas. Puedo hacer uso de este documento? con su referencia oportuna claro està. No sé si conocerà usted el libro de 2020 «Memoria Vindicada 1936-1939», de Alfredo Moreno y Gilberto Hernàndez. en unos de sus capítulos escribimos sobre la Columna Minera, de ahí mi interés. muchas gracias