Monteseirín, a pesar de dárselas de humanista cristiano y de socialista de base, era en realidad un ‘bon vivant’ reprimido, represión de la que se liberó en cuanto se subió al coche oficial, primero en la Diputación y luego en el Ayuntamiento, y gozó de las mieles del poder a costa, naturalmente, de los contribuyentes. No sólo instauró la práctica de cobrar dietas de las empresas municipales para más que duplicarse así su sueldo, sino que se aprovechó al máximo del cargo de alcalde para alojarse en hoteles de cinco estrellas y apuntarse a todo tipo de viajes continentales y transoceánicos con cualquier pretexto, desde una presentación folklórica en Nueva York hasta para ver de gañote el Eurobasket de Polonia y, junto con Marchena, el Mundial de Suráfrica. Ahora, con su innata torpeza política y defecto de la inoportunidad, sale en la foto de la cata de vinos en Madrid de ‘El club de la vida buena’. Monteseirín, de fiesta en su obligado exilio de la capital de España mientras los periódicos daban la noticia de la EPA de los seis millones de parados.