Mariscos Alfredo

Creo recordar que fue Eddie Murphy el actor que encarnó en una película a aquel personaje que a los pocos meses de llegar a una empresa y ser asignado al departamento de contabilidad asombró a sus compañeros apareciendo en la fábrica con un cochazo último modelo. Nadie podía explicarse cómo un simple administrativo que había acudido a la gran compañía en demanda de empleo había progresado tanto en tan poco tiempo como para permitirse aquellos lujos, cuando quienes llevaban allí desde toda la vida apenas si podían llegar a final de mes y pagar las letras de sus humildes utilitarios.

El trasunto de Eddie Murphy fue encumbrado por su acelerada capacidad de progresar en el salvaje mundo de los negocios partiendo desde lo más bajo de la escala social, pues su exhibicionismo con coches de gama alta, trajes italianos y relojes de oro era la prueba absoluta del triunfo de una inteligencia superior aplicada a la economía.

El personaje no era un genio de las finanzas, sino un pícaro que a la hora de hacer las nóminas de los miles de empleados de la multinacional había descubierto que en las cantidades a percibir siempre había una serie de centavos como decimales, pero que por comodidad contable la cifra final se redondeaba cuando se hacía la transferencia bancaria. Por tanto, si derivaba a su propia cuenta corriente toda esa despreciable ‘calderilla’ que se obviaba en la contabilidad oficial para facilitar que cuadraran las cuentas, la adición de aquellos decimales en que nadie reparaba le supondría a él millares y millares de dólares mensualmente.

Recordé a Eddie Murphy al leer el argumento dado por Mercasevilla para tratar de justificar el penúltimo escándalo en la empresa que preside Monteseirín en su calidad de alcalde de la ciudad: el regalo de dos cestas de 23 kilos de mariscos y por importe de 875,26 euros en la Nochebuena de 2008 a los señores Mir y Fernández. Casualmente, esos apellidos coinciden con los de dos concejales del PSOE, aunque ellos juran y perjuran en un comunicado que no han sido los beneficiarios de la mariscada. ¿Quién, pues, ha utilizado en falso sus nombres como coartada? Los dos ediles deberían ser los primeros interesados en averiguarlo.

Mercasevilla ha dicho que estos regalos son habituales, y, atención, “al igual que en cualquier otra empresa”. ¿Habituales en las empresas? He preguntado en mi entorno, y los de mi entorno al suyo, y así sucesivamente, y resulta que nadie ha recibido nunca su cesta de mariscos por Navidad como dice Mercasevilla que es práctica habitual en las empresas. Si se fijan en la factura de las cestas, importan 875,26 euros. ¡Una cifra con decimales! Seguro que en cada compañía deben de consignarse unos céntimos de euro diarios para nuestro regalo navideño, pero que émulos de Eddie Murphy los están desviando a sus propias cuentas. Esto, y no el cobro de comisiones ilegales o la venta fraudulenta de los terrenos, es el auténtico escándalo que hay que investigar y que ahora ha revelado Mercasevilla:  saber quién se está apropiando de las cestas de marisco a las que todo sevillano tiene derecho.

En casa del herrero….

Sornas aparte, la actuación y las explicaciones de Mercasevilla en este caso son un paradigma de la deriva municipal durante el mandato de Monteseirín, presidente además de la empresa pública, porque para colmo las cestas de mariscos fueron enviadas a través de una marisquería privada, cuyo dueño ha confesado que estos encargos los recibe desde hace al menos diez años, justo el tiempo que lleva Monteseirín de alcalde.

Sorprende que Mercasevilla, que presume de ser el mercado de pescado y marisco más importante del Sur de Europa y que según la Memoria del año 2006 vende cada mes más de dos millones de kilos de estos productos (casi 28 millones de kilos en todo ese ejercicio, por valor de 97,3 millones de euros), tenga que recurrir a la hora de enviar una cesta navideña a una marisquería privada. En casa del herrero, cuchillo de palo. O deja de sorprender, si se piensa que éste era el método idóneo para evitar preparar las cestas destinadas a los supuestos concejales dentro de la propia empresa pública, con el riesgo de tener que dar enojosas explicaciones. La factura de la marisquería privada quedaría así difuminada entre los miles y miles de papeles tramitados cada año y el concepto de pago podrìa ser especificado de forma genérica para no despertar sospechas.

Flores como coartada

Desde la empresa presidida por Monteseirín se ha abundando en la idea de la ‘normalidad’ de este tipo de regalos a sus consejeros (suelen ser concejales del Ayuntamiento) y ha revelado que también envió un ramo de flores a un edil del PP cuando fue padre. Un ramo de flores es un detalle. Cestas de mariscos con ¡23 kilos! de gambas, langostinos, cigalas, nécoras, mejillones, patas, bocas, bogavantes y langostas no son ni siquiera una ‘pincelada’ a las que están habituados ciertos altos cargos municipales a costa de los contribuyentes sevillanos, sino sencillamente una obscenidad, y máxime en tiempos de crisis como los que ya se vivían en las postrimerías del año pasado.

Como alcalde, como presidente de Mercasevilla y como socialista, Monteseirín  debe explicar a los más de cien mil parados sevillanos y a los centenares de miles de jóvenes que ni siquiera alcanzan la condición de mileuristas y que por eso hacen cola para aspirar a una VPO, cómo una empresa del Ayuntamiento se gasta 875,26 euros en cestas de mariscos por Navidad, y no ahora, sino desde que él llegó a la Alcaldía.

Quizás esta práctica sea otro signo de la modernización de Sevilla según (mariscos) Alfredo.

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