Hubo un tiempo en que era imposible coger un taxi los fines de semana por la noche. Los taxistas decían que no salían por la inseguridad, pese a que las estadísticas policiales indicaban lo contrario. Bastó que Fran Fernández les aprobara una subida por bajada de bandera o cualquier otro concepto sacado de la manga para que Sevilla pasara a ser una ciudad segura para los taxistas. Con el dinero se les acabó el miedo. Ahora, el gremio, al que siempre le ha importado una higa el IPC a la hora de exigir incrementos, invoca el índice para instar al Consistorio a que triplique el coste del bus del aeropuerto, porque les parece excesivamente barato. El Defensor del Pueblo, que se llama Rubén Sánchez y no Chamizo y cuya sede es Facua y no Reyes Católicos, ha puesto el dedo en la llaga al decir que el problema no es lo barato del bus, sino que los taxis son demasiado caros. Y tanto: tomar un vuelo a Mallorca puede costar hoy casi como una carrera al aeropuerto. En la era en que triunfa el bajo coste los taxistas sevillanos van contramano pidiendo el ‘high cost’.
Contramano
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