La Feria que ahora termina es la última que se ha regido a la antigua usanza, pues en sus vísperas el Ayuntamiento aún regido por Monteseirín aprobó una nueva Ordenanza que supone el fin de uno de los tabúes del festejo y, por tanto, de su espíritu actual: la prohibición de casetas comerciales.
A partir de la próxima edición, el Ayuntamiento que surja de la cita con las urnas el 22-M tendrá vía libre para autorizar la implantación de este tipo de casetas, una posibilidad que, según Rosamar Prieto, ya era técnicamente factible pero que había pasado inadvertida o que nadie ha osado aprovechar todavía y que por tanto no se ha materializado, por el peso del tabú aún vigente en el inconsciente colectivo.
De hecho, cuando antaño trascendió que alguna firma del sector bodeguero había tanteado la posibilidad de incluir algún tipo de patrocinio sobre al menos la portada y en forma de varias andanas de bocoyes junto a sus pilares, la idea fue desechada de inmediato por considerarse poco menos que una herejía.
TAMBIÉN EL BARÇA
Pero la peor crisis económica se está llevando por delante principios que otrora parecían irrenunciables, y no sólo aquí. Hasta la camiseta del F.C. Barcelona dejará de llevar en exclusiva el logotipo solidario de UNICEF, a cuyo supuesto influjo sobre los árbitros atribuye Mourinho el poder de la entidad blaugrana, porque la directiva del club ha sucumbido a los petrodólares cataríes: 165 millones de euros por un contrato de patrocinio de cinco años.
El Barça era una de las entidades deportivas que más se había resistido a que en la zamarra de sus jugadores –la mayoría de ellos campeones del mundo- luciera patrocinio mercantil alguno. Al contrario: acordó con UNICEF, la agencia de Naciones Unidas para la infancia, incluir el símbolo de esta última no ya gratis, sino incluso pagándole 1,5 millones de euros anualmente como contribución solidaria y para hacer honor a su lema de que es ‘más que un club’ de fútbol.
Por eso, un holandés como Cruyf, que se permite el lujo de subrayar el aldeanismo de los vetos lingüísticos en Cataluña y proclama que es más importante aprender inglés que catalán, ha sido casi el único en criticar públicamente esta decisión de la junta de Sandro Rosell y decir que el Barcelona ha perdido su seña de identidad y ya no es más que un club, sino un club como los demás, que se venden al mejor postor.
NUEVA TIPOLOGÍA
La nueva Ordenanza de la Feria de Abril, que cada vez flirtea más con mayo porque está anteponiendo a su espíritu festivo el crematístico por querer captar como turistas a los madrileños que gozan de ‘puente’ el 1 y/o el 2 de mayo (este último día, fiesta local en Madrid), la nueva Ordenanza, decía, establece a partir de ahora varias categorías de casetas: privadas (familiares y de entidades), municipales y de acceso público y comerciales.
Estas últimas, cuya titularidad será de entidades mercantiles con ánimo de lucro, podrían incluso cobrar un precio por permitir el acceso a su interior. Dado que el Ayuntamiento ha impuesto un límite del 5% en el número de casetas mercantiles respecto del total de las existentes en el campo de Los Remedios, ello significa que entre las 1.048 casetas podrá haber hasta 52 de este tipo desperdigadas por el Real.
Y si Juan Ignacio Zoido resulta elegido alcalde y materializa su plan de, retranqueando atracciones de la calle del Infierno y reorganizando la manzana colindante con el Club Náutico, incrementar en 212 el número de casetas, las mercantiles podrían ascender entonces a 83, con una presencia bastante llamativa en el recinto.
OCIO FRENTE A NEGOCIO
Podría argumentarse que con esta decisión de última hora del Ayuntamiento aún presidido por Monteseirín no se cambia el espíritu, la esencia o la tradición de la Feria de Abril, sino que en realidad se la devuelve a sus orígenes, pues no en vano el festejo tal como ha llegado a nuestros días es una versión evolucionada de la primitiva feria de tratantes de ganado creada hace 165 años por dos empresarios, con una clara finalidad comercial: el catalán Narciso Bonaplata y el vasco José María de Ybarra.
Pero también es cierto que la singularidad de Sevilla consiste en haber sabido convertir lo que era un simple certamen agroganadero en una impresionante ciudad efímera dotada de todos los servicios, y en la que hace muchísimo tiempo que ya no hay –o sólo de forma puramente simbólica- feria comercial propiamente dicha, al haber sido sustituida por una fiesta que, aun conservando el nombre primigenio, tiene su razón de ser en otros motivos muy diferentes: la diversión, la belleza, el glamour, la amistad y la expresión de una forma especial de entender la vida.
Que no se venda ganado no significa que la Feria no sea un lugar donde no se hagan negocios o, aún más, que no sea el mejor lugar para propiciar encuentros empresariales y mercantiles donde se estrechan relaciones o se pactan acuerdos, pero siempre con la condición de que no se comercie explícitamente.
Vender sin que se note que se vende, porque el espíritu de la Feria es el de un alto en el trato mercantil. Es, durante un paréntesis de una semana, el triunfo del ocio sobre el negocio tal como fue definido por la cultura romana que heredamos a través de la Bética: la negación del ocio. Oficializar el negocio supone, pues, la negación de la fiesta y, por tanto, la negación de la propia Feria.
Y tras las casetas mercantiles, ¿por qué no también una portada con nombre de fino o de manzanilla? Roto el tabú, ya ¿qué más da?