Una de las señas de identidad de este ruedo ibérico llamado España son las guerras del callejero. Si hubiera que escribir una leyenda en la correspondiente pared para reflejar el cambio de nombre de calles, plazas y avenidas a cada nuevo régimen político triunfante, no habría espacio suficiente. En línea con nuestra tradición, apenas 48 horas después del triunfo de Zoido el primer debate ciudadano suscitado ha sido el de si habría que mantener o no a Pilar Bardem en el callejero, por nascencia, que no querencia sevillana. Y todavía no se ha ido el (sin) alcalde saliente y ya un querido colega plantea para cuándo van a rotular una esquina con su nombre, tal como se hizo con Uruñuela y Del Valle y se supone se hará con Rojas Marcos y Soledad Becerril. De todos los regidores que en la Democracia han sido, Alfredo es quien menos necesita verse reflejado en una lápida sobre un muro. Sería demasiado poco para alguien cuyo nombre irá por siempre asociado a todo un mausoleo faraónico, al que sus admiradores llaman ‘la catedral sin paredes’: las setas de la Encarnación.