Vidas rotas

Yo, aún estudiante de Periodismo a distancia, estaba alojado en la misma pensión a la que él, dependiente de un comercio del Centro, y su novia, sobrina lejana de las patronas, iban a comer, como tantos otros de su gremio, por turnos. Un día, los comensales de aquella España de finales de los 70 supimos que, en busca de mejores condiciones de vida, había decidido ingresar en la Policía. Nunca más lo volví a ver, hasta que años después su foto en primer plano me golpeó brutalmente desde la primera noticia del Telediario. Había sido asesinado por ETA en el País Vasco y aquella novia, ya su viuda, aparecía en las imágenes enlutada y derrumbada sobre el féretro que lo traía de vuelta a Sevilla. Más de 30 años después, al anunciar ETA su renuncia a la lucha armada, lo primero que me vino a la mente fue el rostro de aquel policía de Olivares, antiguo dependiente de comercio que, buscando un futuro mejor, halló la muerte y dejó tras de sí las vidas rotas para siempre de sus familiares. Hoy sabemos que su sacrificio, como el de tantos andaluces como él, no fue en vano.

 

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