Carlos Segovia, in memoriam

Cuenta la leyenda tenística que tras perder ante John McEnroe la que era su sexta final consecutiva en Wimbledon -y así la oportunidad de sumar seis títulos seguidos en la catedral de este deporte-,  el gran tenista sueco Bjorn Borg se interrogó por primera vez a sí mismo delante del espejo y se preguntó por el sentido de su vida.

Hasta entonces, el revolucionario del tenis desde su irrupción en las canchas a los 15 años de edad, con innovaciones como el revés a dos manos, que hoy nos parece lo más natural del mundo pero que a nadie se le había ocurrido antes que a él, no había hecho otra cosa que pegar raquetazos de una parte a otra del planeta, saltando de aeropuerto en aeropuerto, y en el fondo de su ser de poco le servían los millones acumulados en premios y los trofeos en sus vitrinas. Sintió por primera vez que la vida era, como había dicho John Lennon, aquello que transcurría inevitablemente a nuestro alrededor mientras nosotros hacíamos otros planes, o ni siquiera eso. Y Borg, falto ya de motivación por las raquetas, decidió retirarse para, sencillamente, vivir.

Carlos Segovia Espiau, al que conocí hace más de treinta años, cuando los pioneros del ecologismo sevillano se organizaron en aquella histórica asociación llamada Andalus, en la que entre otros coincidieron  Anastasio Senra y Antonio Camoyán, me contó mucho tiempo después que él también se miró al espejo, como Borg, para preguntarse por el sentido de su existencia. Copropietario de una exitosa cadena de copisterías, su particular caída del caballo se produjo cuando su socio le planteó que deberían abrir también los domingos para así ganar aún más dinero.

¿Más dinero? ¿Más tiempo aún detrás del mostrador y contando billetes al final del día, cuando la vida seguía pasando delante de sus ojos y él no estaba haciendo lo que realmente más le gustaba, que era disfrutar de la Naturaleza y, en particular, de la contemplación de los buitres negros de Aroche? ¿Acaso no había acumulado ya lo suficiente como para dedicarse a vivir conforme a sus inquietudes existenciales en vez de a hacer caja tras caja y engordar la cuenta corriente en el banco?
El principio de lo suficiente ¿para qué más, si hasta Dios descansó al séptimo día? Ese principio desarrollado por Vicky Robin y Joe Domínguez en su libro de obligada lectura ‘La bolsa o la vida’ y que probablemente ni siquiera lo habían escrito aún cuando Carlos Segovia, inducido por  la exigencia de su socio,  se miró al espejo, como Borg, y se planteó el sentido de la vida, esas preguntas esenciales de al menos a dónde vamos y de dónde venimos y para qué hacemos lo que estamos haciendo sin reflexionar, como puro automatismo social o laboral. Sobrevivir en vez de vivir o vivir de espaldas a nosotros mismos. Aquel día, me dijo Carlos que decidió venderle a su socio toda su parte y dedicarse a ser feliz amando la Naturaleza.

Hacía años y años que no hablaba con él para recordar viejas batallas ecologistas, él a pie de campo, yo en la trinchera periodística, pero en aquel entonces me contó que disfrutó con sus colmenas de abejas en el monte, aunque como negocio la miel fuera una ruina, debido a la competencia de… ¿de quién va a ser?, también de  los chinos. Y, sobre todo, feliz admirando el vuelo planeado de la policía sanitaria de nuestros montes y dehesas, aquellos buitres negros de Sierra Morena que gracias a sus esfuerzos de divulgación, denuncia y conservación estaban empezando a salir del riesgo de extinción.

Carlos me contaba que quienes conocían su historia, en su círculo, se habían echado las manos a la cabeza por haber renunciado a su boyante negocio para dedicarse a observar pájaros en los montes con unos prismáticos o a extraer ese oro líquido de la Naturaleza que es la miel de las abejas, sin las cuales no fructificarían nuestros árboles.

Hoy, tras tantos años sin saber de él, un amigo común me comunica por correo electrónico que Carlos Segovia, el amigo de los buitres y de las abejas, ha muerto. Y se me hace un nudo en la garganta al recordarlo, como en su día a ese otro hombre bueno que fue Anastasio Senra, también desaparecido prematuramente, y en su caso el amigo de las espátulas y salvador para la causa de la Naturaleza de las marismas del Odiel, como Carlos lo ha sido de un trozo de Sierra Morena.

Sirvan estas precipitadas palabras de sentido homenaje a Carlos Segovia, el hombre que a su manera fue feliz siendo lo que quiso ser porque prefirió la Vida antes que la Bolsa.

Descansa en paz con los animales celestiales, entre zumbidos de libadoras abejas y silenciosos buitres negros, más negros aún de luto por ti, amigo Carlos Segovia.

*La misa de despedida de Carlos Segovia será oficiada el día 29 de diciembre a las 8:15 de la mañana en el Tanatorio de Servisa (San Jerónimo)

 

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