ALFONSO X ordenó en 1252 erigir las Atarazanas, adosadas a la muralla islámica, con un fin militar: armar barcos con los que combatir a la gente pagana de la época (los musulmanes). Con 17 naves y ocupando el frente de la actual calle Temprado, fueron las más importantes del mundo en el Medievo. Estaban orientadas hacia el Guadalquivir, donde se botaban los barcos una vez construidos.
Por la falta de calado del río para acoger embarcaciones cada vez más grandes y también por el agotamiento de los bosques cercanos para el suministro de madera, las Atarazanas perdieron progresivamente su función original y el suelo se rellenó con escombros para convertir sus naves -nos han llegado siete- en almacenes portuarios.
Debido a esos rellenos, el interior de las Atarazanas aparece como un monumento achaparrado, ya que sólo se ve el arranque de los arcos sobre un trozo de los pilares, quedando bajo el nivel del suelo al menos 6 metros de éstos, tal como revelaron las excavaciones realizadas por Fernando Amores. Originalmente, las naves tenían 11,5 metros de altura, la mínima necesaria para la arboladura de los barcos que allí se construían.
Si se excavara y se retiraran los escombros, cabrían entre el fantástico bosque de 85 pilares barcos como los que se exhiben en las Atarazanas de Barcelona y otros museos navales europeos (el de Barcos Vikingos de Oslo, el de la Marina de Lisboa) y se dotaría a Sevilla de un nuevo e inigualable atractivo.
Precedente, el Salvador
La operación sería técnicamente posible y no excesivamente gravosa, entre otras razones porque al tratarse de material de desecho no se llegaría al manto freático y no habría problemas con ningún acuífero, como se ha demostrado en excavaciones cercanas en el Corral de las Herrerías (Casa de la Moneda).
El arquitecto José García-Tapial estima que en retirar el relleno (unos 35.000 m3) y recuperar la cota original para que se nos aparecieran las Atarazanas como una nueva catedral se tardarían ocho o nueve meses y a un coste que no llegaría al millón de euros.
Hay precedentes muy cercanos. Otro arquitecto, Fernando Mendoza, premio nacional por su restauración de la iglesia del Salvador, consideró imprescindible vaciar el relleno de tierra (más de 3.000 m3, la décima parte del existente en las Atarazanas) vertido antiguamente en el templo y que empapado de agua y con restos humanos suponía un perjuicio.
Contó para ello con el pleno apoyo del cardenal Amigo y realizó la retirada con máquinas bajo vigilancia arqueológica. Según su testimonio, el tiempo empleado en el vaciado y su coste fueron asumibles dentro del proyecto de restauración. Al final del proceso se demostró que el nivel original del edificio estaba tres metros por debajo del nivel de la iglesia, se saneó el templo de humedades, se encontraron restos de la mezquita, se recuperó la cripta y la operación fue un éxito.
Mezcla de todo
El Ayuntamiento, en «horas 24» tras el dictamen favorable de la Comisión de Patrimonio, ha concedido licencia de obras a un proyecto de intervención en las Atarazanas concebido por el arquitecto-estrella Vázquez Consuegra, que financiará con 11,7 millones de euros la Fundación La Caixa.
Consuegra ha declarado que su proyecto es «muy complejo porque incluye restauración, rehabilitación, reconstrucción y nueva planta» y que a él le gusta esta «suma de procesos» en que mezcla «lo nuevo con lo viejo», ya que «no se trata sólo de la preservación, sino de crear una extensión de las Atarazanas aprovechando la volumetría de unos almacenes del siglo XX».
Obvia que el artículo 20 de la ley del Patrimonio estipula que la realización de intervenciones sobre bienes históricos procurará «por todos los medios de la ciencia y de la técnica su conservación, restauración y rehabilitación», y que nada dice sobre reconstrucciones ni nuevas plantas.
Rehabilitar significa «restituir algo a su antiguo estado», por lo que la pretendida rehabilitación de que habla Vázquez Consuegra sería una extraordinaria oportunidad, con tan sólo la décima parte del presupuesto, de recuperar el estado original retirando el relleno de tierra hasta llegar a la base de los pilares, para que aparecieran las Atarazanas en todo su esplendor y no semienterradas como ahora.
Historia según qué
El arquitecto rechaza tal posibilidad por considerar que la cota actual del suelo forma parte del proceso de transformación del edificio a lo largo de su historia. Ello no es óbice para que proyecte la demolición del pabellón del cuerpo de guardia que, conforme a su interpretación más conveniente, no formaría parte de esa transformación histórica.
En vez de recuperar las Atarazanas originales, un astillero orientado al río, inicia su historia en la etapa en que eran almacenes portuarios (por tanto ya sería inapropiado llamarlas Atarazanas) y se inventa una plaza cubierta (función que nunca cumplieron) previa demolición (otra más) del cerramiento a la calle Dos de Mayo para reorientar el edificio hacia el interior de Sevilla (con pérdida de todo su sentido), así como una cafetería con vistas a la Giralda (otra vez la mirada al revés) en las cubiertas porque, dice, entronca «con la cultura de azotea, tan característica de Sevilla».
¿Imaginaríamos la Mezquita de Córdoba soterrada hasta donde nacen los arcos? Pues así va a dejar Consuegra las Atarazanas, pero con su sello personal ‘ad maiorem gloriam.