Hace siete años, un individuo inventó una salvaje forma de acabar con sus problemas vecinales: roció con gasolina un edificio de Las Letanías y prendió dos bombonas de butano. Resultado: 4 muertos y 32 heridos. El atroz suceso quedó en el imaginario colectivo. El año pasado, un imitador intentó volar su bloque en Las Naciones, con 80 vecinos dentro: esparció gasolina y colocó 6 bombonas antes de prender fuego a otra en el cuarto de contadores. Este fin de semana nos dejó dos sucesos inquietantes: un hombre intentó quemar tras una disputa un bloque de 10 plantas en Santa Justa con un bidón de gasolina y otro le arrancó de cuajo un brazo al Gran Poder. Esto último era inimaginable, pero ha ocurrido, y ya hay un antes y un después del ataque al Señor de Sevilla, como lo hubo cuando en 1972 un perturbado rompió con un martillo la nariz y un brazo de ‘La Piedad’, de Miguel Ángel, en el mismísimo Vaticano. Años después, otro demente lo imitó y destrozó a martillazos un dedo del ‘David’, en Florencia. Se ha creado una nueva situación de riesgo: la emulación.
Locuras
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