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Hipoteca política inversa

Cuanto más pienso, más genial me parece la idea del compañero Vega del contrato-programa inverso, que es a la política lo que la hipoteca inversa a la economía. Decir “hipoteca” es mentar la bicha: pago mensual al banco por nuestra vivienda. En  la “hipoteca inversa” el banco nos da dinero por nuestro piso. El término  “programa”  se asocia a las falsas promesas electorales de los partidos, de ahí la pésima suerte de Anguita, que nos recetaba tres dosis de su “programa, programa, programa”. Vega ha inventado el contrato-programa inverso: el elector, en vez de comprar la mercancía averiada de los partidos en el mercadillo político, expone su propio programa (en su caso, voto a cambio del derribo de las ‘setas’) para que se lo compre el partido interesado en su sufragio. ¿Imaginan que se creara una plataforma en Internet con la oferta política de cada sevillano? En conjunto saldría el programa que demanda Sevilla en vez del que, de espaldas a la realidad, redactan en un despacho los cabezas de huevo de los partidos. Y éstos vendrían a comer a nuestra mano.

El contrato-programa de Vega

He leído con el deleite habitual el artículo de Juan Miguel Vega en que propone un trato a los partidos: votará  al que se comprometa a ordenar la demolición de las ‘setas’ de la Encarnación. Vega tacha el Parasol de gran mamarracho arquitectónico y de lápida económica para las generaciones futuras. El libro de los gustos aún no está escrito y puede que lo que a Vega le parece mamarracho sea para otros excelsa obra de arte, de ahí que no me meta en fías y porfías estéticas. La cuestión económica es, querido Juan Miguel, la madre del cordero. Ahí radica la trampa saducea de Monteseirín. Las ‘setas’, aunque los contribuyentes hayamos pagado ya una cifra escandalosa, han sido objeto de una concesión comercial por 40 años a favor de Sacyr. Si el partido que firme tu contrato-programa las echa abajo, deberá indemnizar con más dinero público a cuenta del lucro cesante, y la lápida económica se nos duplicará. Aunque Monteseirín se vaya, ha dejado todo atado y bien atado. ¿Te suena? Ese es el coste que tiene la demagogia de “democratizar las vistas de Sevilla”.