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Cultura o deporte

El 2 de agosto del año 1995, más de 30.000 personas se manifestaron desde Nervión hasta la Plaza Nueva, ante la sede del Ayuntamiento hispalense. No era una protesta por razones políticas, como podría haber sido la demanda de una mayor autonomía para Andalucía; ni tampoco por razones laborales o contra un proyecto de ley en ciernes. No. La razón era más prosaica: aquellos millares de sevillanos se manifestaban para que el Sevilla F.C. continuara en Primera División y no descendiera de categoría.

El día anterior, la Liga de Fútbol Profesional había acordado no inscribir al club rojiblanco y al Celta de Vigo en la competición por no haber remitido a tiempo, o no remitido siquiera, sendos avales por valor de 85 millones de pesetas (510.860 euros de hoy) y de 45 millones, respectivamente. Esa decisión implicaba que los equipos de fútbol de los dos clubes no podían jugar en categoría profesional y quedaban condenados al descenso a Segunda División B.

Según se dijo en aquel entonces, el Comité Deportivo y/o el de Finanzas de la Liga habría requerido previamente en varias ocasiones a la directiva del club de Nervión a que enviara el dinero o el aval, pero nadie en las oficinas cumplió tal exigencia, entre otras supuestas razones, según la leyenda, porque quien tenía que autorizar la operación se había ido de excursión a París a conocer Eurodisney, inaugurado tan sólo tres años antes, y porque nadie imaginó que en aplicación de la normativa entonces vigente la Liga podía adoptar una decisión de tal calibre contra un club que se había clasificado la temporada anterior para jugar la Copa de la Uefa.

 

DESIDIA

Pero entre la indolencia, desidia, olvido, irresponsabilidad o como quiera calificarse, de los directivos blancos, y la inflexibilidad y deseo de la Liga de dar un escarmiento a los clubes morosos, lo impensable ocurrió: el descenso administrativo del Sevilla F.C. a Segunda B.

Cinco días después de aquella primera manifestación, el 7 de agosto y pese a la ola de calor que venía castigando a la ciudad (el 23 de julio se había registrado en el aeropuerto de San Pablo una temperatura máxima de 46,6 grados), 35.000 personas acudieron al entrenamiento del Sevilla en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán y desde allí se manifestaron ante la Delegación del Gobierno en la Plaza de España.

Una semana después, el día 14, el Sevilla F.C. acreditó el envío del aval de los 85 millones de pesetas. Tras las movilizaciones populares y las presiones políticas recibidas, la Liga de Fútbol Profesional se vio forzada a convocar una Asamblea Extraordinaria en la que se aprobó la readmisión tanto del Sevilla como del Celta en Primera División, aun a fuer del hecho excepcional de que esa temporada la disputaran veintidós equipos.

Las protestas ciudadanas, pues, evitaron que el Sevilla F.C. se hundiera en el pozo de la Segunda División B, con los efectos catastróficos de toda índole que ello hubiera tenido para la entidad blanca. Al contrario, en los veintiún años transcurridos desde entonces, el Sevilla F.C. se aplicó tanto a evitar la comisión de nuevos errores que en vez de tocar el infierno del descenso administrativo ha tocado el cielo con nueve títulos deportivos del máximo nivel: cinco Ligas europeas de la UEFA, una supercopa de Europa, dos copas del Rey y una supercopa de España.

 

POR LA ADUANA

Y ahora, vayámonos 200 kilómetros al Este, a la otra ciudad del recién constituido eje socioeconómico, Málaga, y al 12 de diciembre del año 1997, cuando 5.000 malagueños se echan a las calles para, tras una pancarta sostenida por un grupo de niños con la leyenda “Queremos pintar algo”, exigir algo aparentemente insólito: que el palacio de la Aduana, hasta entonces utilizado como sede de la Subdelegación del Gobierno y comisaría de la Policía (el equivalente a la Gavidia sevillana) se convirtiera en un museo para la ciudad. Los manifestantes corearon una consigna que a partir de entonces y en los años siguientes se convirtió en el grito de guerra de la ciudad: “La Aduana, para Málaga”.

Fue la primera de las cuatro manifestaciones que, cada vez más multitudinarias según la crónicas periodísticas, se celebraron en la capital de la Costa del Sol en años sucesivos para demandar el cambio de uso del inmueble: de policial a cultural.

Como bien recordaba hace un mes el diario Sur, el del palacio de la Aduana, recién inaugurado por el ministro de Cultura y la presidenta de la Junta tras una inversión del Estado de 40 millones de euros, ha sido un museo ganado por los malagueños en la calle.

 

ENTUSIASMO

 

En algo coincide allí todo el mundo: la primera bocanada de aquel movimiento ciudadano, allá por la segunda mitad de 1997, estuvo en el entusiasmo del artista Rafael Alvarado. «Había una serie de asuntos pendientes en materia cultural en la ciudad. Era un momento de reivindicación, de carencias de infraestructuras. Siempre he vivido en el centro, el Museo de Bellas Artes era como una parte de mí y el hecho de que lo cerraran sin plantear una alternativa me parecía muy fuerte», ha declarado Alvarado al diario Sur, en alusión al desalojo del museo provincial en el Palacio de Buenavista para dejar su sitio al Museo Picasso Málaga.

«No se entendía que no se buscara una alternativa al proyecto del Museo Picasso y pensamos que debíamos articular una fórmula para canalizar el movimiento ciudadano que empezaba a gestarse. Por entonces -añadió- desarrollaba una actividad muy intensa en el terreno de lo social. Me comprometí bastante en esto y gracias a la voluntad de otras muchas personas se creó la Comisión Ciudadana. Hicimos un montón de reuniones para ver la manera de movilizar a la gente. Organizamos acciones urbanas, concentraciones, de todo… Creo que logramos que el museo fuera asumido por la ciudadanía y se ha demostrado que cuando la sociedad civil se une, las cosas salen adelante».

«Estuvimos en evolución constante hasta que la sociedad civil y las instituciones nos apoyaron. Hicimos muchísimas manifestaciones en el palacio de la Aduana, en Sevilla y en Madrid. Una vez nos colamos en una rueda de prensa de un alto cargo del Gobierno y nos colocamos detrás con una pancarta reivindicando la Aduana para Málaga… Fueron años apasionantes», ha explicado, por su parte, Francisco Jurado, representante de la Asociación de Artistas Plásticos de Málaga (Aplama) y activo agitador de aquella reivindicación.

ESTRATEGIAS

El Ayuntamiento de Sevilla acordó el pasado mes de octubre la revisión del Plan Estratégico de la ciudad, que nadie sabe en qué consiste. En Málaga, desde los tiempos de Pedro Aparicio como alcalde (1979-1995), todos sus sucesores, hayan sido del PSOE o del PP, han tenido claro que la cultura es la estrategia de la ciudad, por eso no deja de abrir un museo tras otro hasta contar ya con unos cuarenta, mientras que en Sevilla pasan los años y ni se amplían ni reforman el de Bellas Artes, el Arqueológico, el de Artes y Costumbres Populares….

El nuevo museo del palacio de la Aduana en Málaga cuenta con un presupuesto de 2,5 millones de euros sólo para su primer año de funcionamiento, mientras que el Museo de Bellas Artes de Sevilla apenas llega a los 800.000.

En el proyecto de Presupuestos del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS) para 2017 se ha consignado un millón de euros para conmemorar el CD aniversario de Murillo. El Ayuntamiento de Málaga dedica sólo a los tres principales museos de su titularidad 8,7 millones de euros.

Así pues, cada ciudad ha expresado en sus movilizaciones y en sus Presupuestos cuál es su orden de prioridades: a unos les mueve la cultura y a otros, el deporte.