Una mujer es atropellada por una carroza de la Cabalgata en Pagés del Corro tras una imprudencia temeraria. Sorprende que sólo haya habido un atropello, dada la ingente cantidad de imprudencias observadas entre centenares de miles de personas. Los adultos, más que los niños, se pelean al borde mismo de las ruedas por arrebatarse un caramelo. En la Alameda hay que desmontar una carroza porque choca con una rama. Pero, ¿no se acordó diseñarlas en función de la altura de los elementos tras toparse con los cables en Felipe II? Se olvida que aunque no lo hagan los cables, los árboles crecen. No es por hacer de aguafiestas, pero parece que en cada edición hay o más imprevistos, o más beduinos, o más carrozas, cuando no más lentas, pero lo cierto es que el cortejo de la ilusión se torna cada vez más largo entre los inevitables retrasos que, como el silencio de la partitura, también forman parte del guión, y el desfile mismo. Da la impresión de que al cabo de cien años, y al contrario que en la Semana Santa, aún no se ha desarrollado el canon de la Cabalgata.
El canon de la Cabalgata
Deja un comentario