Alfonso, bueno y mártir

La delegada de Fiestas Mayores, Rosamar Prieto, ha pedido un informe –el tercero que encarga el Ayuntamiento en los últimos días en relación con la gestión del Real- sobre los criterios de adjudicación de las casetas de la Feria de Abril a raíz de la presunta usurpación de la caseta de las limpiadoras municipales por el concejal Alfonso Mir, que la convirtió ‘de facto’ en la caseta del sector del PSOE sevillano crítico con su secretario general, José Antonio Viera.  La noticia es sumamente reveladora del descontrol imperante en el gobierno municipal tanto en éste como en otros escándalos (el de Mercasevilla, sin ir más lejos),  porque es sorprendente que con el tiempo que lleva en el cargo y en el Ayuntamiento la delegada  responsable de este departamento aún no sepa cuáles son los criterios que se aplican en una materia de tanta trascendencia social.

Extrapolado el caso al sector privado, es como si el consejero delegado de Airbus no supiera con qué criterios se adjudicaran los aviones que vende su compañía, de lo cual se inferiría que tras ser designado para el cargo ni revisó la política previa de la empresa ni dictó sus propias directrices para la nueva etapa, pues en tal caso no habría necesitado encargar informe alguno para paliar su ignorancia. Del máximo responsable de una sociedad privada o de una Delegación municipal se presupone que debe estar al tanto al menos de las cuestiones básicas que les atañen, y si en Fiestas Mayores no es básico el reparto de las casetas de la Feria pues ya me dirán de qué otras cuestiones ha de preocuparse más la titular del departamento.

Caldo de cultivo

¿Cuál es el criterio? Sebastián Torres, el periodista que de forma tan brillante ha destapado el escándalo, ha demostrado con sus investigaciones en este periódico que el aparente criterio de la preeminencia de la antigüedad es pura falacia, ya que hay privilegiados que se saltan la lista de espera sin ningún problema. Hay, pues,  una retórica oficial y una práctica encubierta que demuestra que el criterio es justamente la ausencia de un procedimiento reglado, ya que ello permite adjudicaciones irregulares como la que presuntamente habría beneficiado al concejal Mir, sin que exista una fiscalización pública ni se abran plazos de alegaciones de los posibles perjudicados.

Ese magma de ambigüedad y descontrol es el caldo de cultivo para la arbitrariedad, los autopases de casetas y los cambios de ubicación, mientras hay sevillanos preteridos desde hace más de veinte años, y ello pese a que según la normativa vigente este tipo de prácticas están tajantemente prohibidas. Al Defensor del Pueblo, José Chamizo,  le han faltado reflejos para abrir una queja de oficio en este asunto de tanto calado popular.

Enredar la madeja

Y en esto llegó el alcalde. Monteseirín, fiel a su libro de estilo, le dio la vuelta a la tortilla e interpretó al revés el dictamen de la Delegación de Fiestas Mayores, que determinó en su día que la caseta ocupada por Mir nunca había sido suya, sino de titularidad municipal. Pues bien, el alcalde dijo todo lo contrario: “la caseta nunca fue municipal; fue privada”. Segunda táctica: marear la perdiz. Alfredo ha introducido en la escena variaciones, combinaciones y permutaciones sobre el término “privado” para enredar aún más la madeja. Según el alcalde, ahora se trata de discernir si la caseta es “privada institucional” o “privada particular”.

Lo primero es una antítesis; lo segundo, un pleonasmo. En la línea abierta por Monteseirín también cabría discernir, por ejemplo, si es “privada singular” o “privada específica”; o si más bien es “privativa singular” o “privativa plural”; acaso pudiera ser “privada íntima” o “privada colectiva”;  quizás “privada confidencial” o “privada elástica”; inclusive “privada oficiosa” o “privada reservada”; asimismo,  “privada abierta” o “privada cerrada”; cabe que sea “privada normal” o “privada superlativa”, y así podríamos seguir ‘ad infinitum’ o, al menos, hasta que acabe el mandato.

Sentimentalismo

Tercera táctica del regidor: el victimismo habitual. Alfonso Mir no es un presunto usurpador de una caseta de Feria, sino una pobre víctima al que el alcalde describe casi con la misma ternura que Juan Ramón a Platero en su celebérrimo poema en prosa: “Es una persona entrañable, de las que se hace querer, y un gran trabajador; no tiene nada que ver con los estraperlistas de la política que andan por ahí. El se ha ganado todo lo que tiene trabajando desde abajo, sin que nadie le regalase nada”. De Alfredo buena gente a Alfonso buena gente. Un unamuniano san Alfonso bueno y mártir. El alcalde apela al sentimentalismo para inspirar compasión y benevolencia hacia un edil pintado tan bondadoso y laborioso que no tenemos más remedio que simpatizar con él y alejar toda sospecha: este alma cándida, inocente y pura, ¿cómo se iba a apropiar de una caseta, por Dios? Y el auditorio así inducido deberá llegar a la misma conclusión de la versión oficial: sólo cabe un error, un inmenso error mecánico.

Y Monteseirín remata su pieza de oratoria con una expresión marca de la casa al calificar como “dinámica confusa” el proceso de adjudicación de las casetas. Desde aquello de Pellón de que la Expo estaba sumida (por Olivencia) en una “nebulosa jurídica” no se había oído nada parecido. Pues bien, si tras diez años de Monteseirín en la Alcaldía las casetas aún se adjudican con esa dinámica de confusión, ¿de quién es la responsabilidad? ¿Habrá que achacársela, como siempre, a la Sevilla rancia?

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