El valido responde a las acusaciones que presuntamente le implican en el caso apelando a algo que no tiene: conciencia. El DRAE la define como “propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta”. Un individuo amoral, pese a que en su cinismo se camufla cada Martes Santo entre las filas de quienes procesionan tras el que murió en la cruz (que Él le perdone por todo lo que hace), no puede tener esa cualidad espiritual cuando sólo se atiene a que el fin justifica los medios. En su basto lenguaje, las cosas se resumen en una disyuntiva: o picha dentro, o picha fuera. Lo que le pone es la erótica del poder: codearse con esa clase dominante a la que denigra ante las bases pero a la que de forma genuflexa se pirra por acercarse. En su escala de valores, el valor máximo es trepar por la escala social. Las acusaciones casi le traen al pairo. Lo único que le mortifica es que alguien se presentara como la mano derecha del que manda de forma nominal. Su ego no soporta ser ‘el otro’.
La mano derecha
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