El presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, para defender que los alumnos catalanes sacan notas similares en castellano que los de otras comunidades autónomas, ha colocado a los andaluces y sevillanos a la cola en la escala de la evolución lingüística, al decir: “Y no le hablo ya de Sevilla, de Málaga, de (A) Coruña, etcétera, porque allí hablan castellano, efectivamente, pero a veces a algunos no se les entiende”. Antes que el nacionalista Artur Mas, también desde Cataluña la entonces líder del PP Montserrat Nebrera despreció la forma de expresarse de los andaluces, personificada en la ministra Magdalena Alvarez, de la que dijo: “Tiene un acento que parece un chiste”. Y desde Madrid, el diputado popular Juan Soler descalificó a Trinidad Jiménez igualmente por su acento andaluz, “que la hace más apta -dijo- para Dos Hermanas o Vélez Málaga”. El problema no es que no se nos entienda a nosotros, sino que a Artur Mas, el que ahora exige un concierto como los vascos para no pagar, pagar cada vez menos o trincar cada vez más (como su propio nombre indica), se le entiende todo porque no habla con el poético acento de Bécquer, Cernuda, los Machado y el nobel Aleixandre, sino con el universal lenguaje del dinero.