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Campanas

El manifiesto fundacional de Iniciativa Sevilla Abierta, titulado ‘Sevilla, algo más que tradiciones’, incluía entre las propuestas de la progresía local a las Administraciones Públicas la lucha “en particular contra la contaminación acústica generada por las campanas de la Giralda y de diversas iglesias sevillanas (que) superan con creces los límites legales…”

Uno de los promotores, que había fijado su residencia en el entorno de la catedral, coló  esta exigencia pese a que las campanas llevan tañendo desde hace casi 500 años con similar volumen de sonido, sin que en estos cinco siglos constara queja alguna por tal circunstancia y pese a que el alérgico al repiqueteo del metal podría haber fijado libremente su residencia lo más lejos posible del antiguo alminar almohade. La pretensión así hecha pública de que enmudecieran las campanas de la Giralda en vez de que quien no las soportaba se mudara de collación denotaba en el fondo la misma intransigencia en quienes tachaban de intolerantes a los guardianes de las tradiciones. En el fondo, se trata de un fenómeno  típicamente sevillano de exclusiones mutuas: el anverso y el reverso de la misma moneda.

Si la Giralda, símbolo de la ciudad por excelencia, existe tal como la conocemos es justamente por el cuerpo superior añadido en el siglo XVI por el arquitecto Hernán Ruiz como campanario para albergar las campanas, rematado por la veleta del Giraldillo, la victoria de la Fe. Y las campanas dejaron de ser exclusivamente un símbolo meramente religioso para convertirse en insólito instrumento musical el 20 de octubre de 1990, cuando el maestro valenciano Llorenc Barber organizó un concierto de tañidos, el ‘Amare Mariam’, en el que sonaron a los cuatro vientos 159 campanas de 56 campanarios y espadañas de la ciudad. Aquel día enmudecieron hasta los veladores de los bares para escuchar la sinfonía de tantos  volteos al unísono o intercalando sones distintos.

La Junta de Gobierno del Ayuntamiento aprobó el proyecto de nueva Ordenanza contra la contaminación acústica, que exime del cumplimiento de los límites de emisiones de ruido al toque de campanas de los templos, con lo cual ya nadie podrá acusar a las campanas de la Giralda de vulnerar la legalidad.

Mira que si a Zoido, además del ‘mapping’ y los copitos de nieve en la Plaza de San Francisco, se le ocurre organizar otro concierto magno, como el de hace 23 años, con todas las campanas de la ciudad para celebrarlo….

Alguien hasta puede exiliarse.