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Carmen

Prematuramente, a los 63 años y víctima de una rara enfermedad que soportó con entereza hasta el final, ha muerto Carmen Calleja, histórica dirigente socialista. Desde que la conocí, no hace mucho, mantuvimos un trato cordial, alimentado por esporádicas coincidencias en actos a los que ambos nos veíamos obligados a asistir pero más frecuente por vía telefónica, cuando yo necesitaba contrastar alguna información sobre asuntos en los que ella había tenido algo que que ver. Me sorprendió por su integridad moral, inusual en la clase política, ya que pese a su conocida militancia socialista no dudó en deducir testimonio veraz en un pleito contra Tussam, de la que había sido gerente, y que por éso se sustanció en contra del Ayuntamiento. El fallo judicial fue recibido con gran indignación por Monteseirín y su camarilla, que esperaban de ella su mismo sectarismo y falta de escrúpulos y poco menos que vasallaje por haberla nombrado para el cargo. Aquel gesto la definió ante mis ojos: prefirió arrostrar el reproche de sus correligionarios antes que faltar a la verdad.

 

Uso racional de la (a)guasa

Me gustaría tener el mismo talento florentino que la escribidora con nombre de heroína de Bizet para poder emular artículos como el que, con tanta (a)guasa impregnada de las verdades que están en la calle para que el que tenga ojos vea y oídos oiga, ha publicado en las hojas mancilladas por el valido a cambio de un mísero plato de lentejas. ¡Ay, quién te vio y quién te ve! Hay palos flamencos como las bulerías y palos que se dan en todo el bebe por alegorías. Éstos, con el valor añadido de que son tan transparentes como el agua de Emasesa, donde tras la migración cartujana  instaló su nido el cuco entre los cucos, depredador siempre por cuenta ajena de crustáceos  decápodos. A los buenos entendedores  pocas palabras bastan, y a ti se te ha entendido lo que todo el mundo sabe pero pocos se atreven a contar: desde sus viajes chiripitifláuticos en plan capitán Tam hasta el abuso del agua para montarse su propia caja tonta. En la ciudad que, como otra impostura más, pasa por ser de la música, tú al menos y aunque sea hablando en clave, has roto el silencio.