Un Elia Kazan redivivo podría ambientar otra versión de ‘La ley del silencio’ tanto en los muelles de Nueva York como en lo que rodea al del mismo nombre que existe en Sevilla, donde impera una ley similar gracias a la cobardía colectiva de una sociedad que adora el oro del becerro aun a costa de perder la dignidad y vender hasta el alma. Y, como dijo Cristo, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? Dos sevillanos, el catedrático Luis Rull y el ingeniero Luis Eusebio León, han demostrado tener alma y dignidad al irse directamente a su casa antes que seguir en una tertulia radiofónica donde censuraron sus comentarios sobre el viaje de lujo de Monteseirín y Marchena a Turquía después de que el valido, el mismo que fue premiado por la Asociación de la Prensa (¡qué gran ojo clínico!), actuara a golpe de teléfono para acallar las voces críticas. La emisora así llamada lo (sobre)entendió perfectamente: o mordaza de silencio o corte de ciertos fluidos municipales. Es una variante del principio de McLuhan: el telefonazo ya es el mensaje.
La ley del silencio
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