Sevilla fue ayer noticia en los telediarios no por otro sórdido crimen en Los Pajaritos o por el rocambolesco viaje de Monteseirín a Turquía, sino por la comparecencia ante los medios de Rafael, convertido en el décimo hombre del mundo beneficiario de un trasplante facial, y del equipo médico que ha hecho realidad este milagro de la cirugía: más de cien doctores de quince servicios diferentes que lo intervinieron durante 30 horas. Todo en esta historia nos reconcilia con el género humano en medio de la mezquindad y mediocridad imperantes: la generosidad de la familia del donante; la impresionante pericia de los médicos en la reconstrucción del rostro deformado, y el supremo valor del paciente trasplantado -cuyo caso de neurofibromatosis nos recuerda el de Joseph Merrick en la película de David Lynch- al aparecer ante las cámaras para mostrar su gratitud y promover las donaciones. Ahora sólo falta que las instituciones premien esta excelencia médica con alguna de esas medallas que habitualmente otorgan al mundo del artisteo. Sevilla es mucho más que folklore.
La excelencia
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