La Academia de Buenas Letras (1751) está en situación crítica debido a que el Ministerio le ha retirado la subvención de 7.200 euros, al igual que la Fundación Cajasol la suya de 4.000, mientras que la Junta se la ha reducido a 8.500. Con la ayuda de 9.700 euros que mantiene el Ayuntamiento más algún patrocinio como los de Abengoa y Cruzcampo, la Academia no cubre ni la mitad de su presupuesto anual de 60.000 euros, que necesita para pagar un portero y un administrativo -los cuales llevan sin cobrar desde junio- y las facturas del teléfono, la luz y otros servicios.
Por mucho que se rasguen las vestiduras y se quejen por el agravio comparativo de que el ministro Wert haya mantenido su asignación a las academias catalana, vasca y gallega, los
académicos sevillanos no se han percatado aún de que, como cantaba Bob Dylan, los tiempos están cambiando y que en esta situación de gravísima crisis socioeconómica, en que hasta los enfermos crónicos van a tener que pagar por sus medicamentos en los hospitales y se recortan por doquier los servicios básicos, ya no pueden aspirar a mantener el mismo status.
Sería una enorme paradoja que en la tan denostada cultura de la subvención en Andalucía se perpetuara una cultura subvencionada que, por ende, priva de libertad crítica a los entes que viven del dinero público. Nos hallamos en la darwiniana disyuntiva de que quien no se adapte a los nuevos tiempos se condena a sí mismo a la extinción.
El director del museo Albertina de Viena declaró en Madrid que han reducido hasta el 40% su dependencia de los fondos públicos. Por idéntica senda camina en Sevilla el Teatro de la Maestranza, que ha lanzado la campaña 1.000 x 1.000 para tratar de autofinanciarse en parte y suplir con dinero privado los recursos que han dejado de aportarle las Administraciones.
Miembros del CSIC me contaban durante la inauguración del planetario en el pabellón del Perú que cada vez se financian más en Sevilla mediante acuerdos con empresas privadas y con los ingresos de los eventos que organizan. Y con la mitad del presupuesto de la Academia de Buenas Letras, Benedicte Palko ha organizado mediante el ‘crowdfunding’ el Festival Turina y montado 11 conciertos y 75 horas de clases magistrales.
No hay más remedio que bajar de las torres de marfil y echarse al monte de la vida. La aspiración de nuestros académicos no debe ser la de seguir enganchados a las subvenciones, sino justamente la contraria: librarse de ellas para no depender de Administración alguna.