Con motivo del primer vuelo del avión de transporte militar europeo, un periódico publica un reportaje sobre la plantilla internacional de Airbus en Sevilla, a la que califica como ‘los rostros desconocidos del A400M’. Pero no son ni el inglés, ni el francés, ni la alemana. La cara desconocida en verdad es la de Ana Palacio, la ministra de Exteriores de Aznar que consiguió en su día que Sevilla albergara la planta de ensamblaje del avión y trajo así riqueza, empleo y tecnología para los próximos 25 años. Con su proverbial torpeza, el PP ni siquiera fue capaz de rentabilizar políticamente aquel logro histórico, que pasó tan inadvertido como la propia ministra, menos popular que su hermana Loyola pese a haber sido hasta vicepresidenta de la Comisión Europea. Así pues, para rostro, el de quienes proclaman que el avión es la prueba del éxito de su apuesta por la aeronáutica o ponen pantallas en Plaza Nueva para chupar cámara. El A400M no es fruto de una política aeronáutica en Sevilla, sino al revés. Aquí primero fue la gallina y, luego, el huevo.
El huevo y la gallina
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