Por orígenes y convicción soy ferviente miembro de la Liga Antihumista, lo cual no es óbice para que más de una vez acuda al estanco, si bien no a comprar tabaco. Y es que ríanse de las tiendas de conveniencia. Donde se encuentra casi de todo para los desavíos es en los estancos. Allí lo mismo recargas el bonobús que compras una pila para el MP3 de bolsillo, un boli para suplir al siempre extraviado y hasta el impreso de la Renta. El lunes me aprestaba a resolver una de esas cuestiones de intendencia en la expendeduría de tabaco pero hete aquí que la cola llegaba casi a la esquina de la calle. Llegado mi turno e inquirido el estanquero sobre qué extraordinario desavío o generosa promoción comercial motivaban tan inusual afluencia de público, raudo me sacó de mi ignorancia. Era la víspera de un nuevo sorteo hipermillonario del Euromillones, que han cambiado de fecha. Frente al local, las caras sonrientes de los candidatos en farolas y carteles prometían un mundo feliz, pero la cola del estanco probaba que, para la resolución de sus problemas, los votantes creían más en el azar que en los programas electorales.
El azar y la necesidad
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