Apenas iniciado en este veneno del periodismo, que es siempre éso, un eterno principio sin fin en plan piedra de Sísifo, no recuerdo ya si fue Antonio Burgos o Manuel Ferrand, o los dos, me mandaron entrevistar a los ‘narraluces’. Y, como en el soneto de Lope, nunca me vi en tal aprieto: un becario frente a los maestros consagrados. Así conocí a Manuel Barrios. Me recibió en su piso del Polígono no como el multipremiado escritor y periodista, sino como un colega a otro. Me trató y me hizo sentir como un igual. Y en su afectuosa despedida al principiante me regaló un ejemplar de ‘La espuela’ dedicado de su puño y letra. Guardaré siempre ese imborrable recuerdo de Manuel Barrios, al que trato torpemente de emular en lo que él fue mucho antes y mucho mejor que yo: un francotirador periodístico, unamuniano contra ésto y aquéllo, en la insobornable busca de la verdad. Sufrió las incompresiones de derecha e izquierda porque no era de nadie y sólo aspiraba a ser él mismo. Sí, ha muerto solo, pero libre, porque la soledad es el precio de la libertad. Y ése es su mejor epitafio.
Manuel Barrios
Deja un comentario