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Manuel Barrios

Apenas iniciado en este veneno del periodismo, que es siempre éso, un eterno principio sin fin en plan piedra de Sísifo, no recuerdo ya si fue Antonio Burgos o Manuel Ferrand, o los dos, me mandaron entrevistar a los ‘narraluces’. Y, como en el soneto de Lope, nunca me vi en tal aprieto: un becario frente a los maestros consagrados. Así conocí a Manuel Barrios. Me recibió en su piso del Polígono no como el multipremiado escritor y periodista, sino como un colega a otro. Me trató y me hizo sentir como un igual. Y en su afectuosa despedida al principiante me regaló un ejemplar de ‘La espuela’ dedicado de su puño y letra. Guardaré siempre ese imborrable recuerdo de Manuel Barrios, al que trato torpemente de emular en lo que él fue mucho antes y mucho mejor que yo: un francotirador periodístico, unamuniano contra ésto y aquéllo, en la insobornable busca de la verdad. Sufrió las incompresiones de derecha e izquierda porque no era de nadie y sólo aspiraba a ser él mismo. Sí, ha muerto solo, pero libre, porque la soledad es el precio de la libertad. Y ése es su mejor epitafio.

El contador de sombras

No hay manera de librarse de él. Tras 12 años chupando cámara es hasta lógico que Monteseirín sufra un síndrome postraumático. Va proclamando en plan llanero solitario que él no sólo ha gobernado (¿?) más años que cualquier alcalde en Sevilla, sino que además lo ha hecho “sin doblegarse ante nada ni ante nadie”. ¿Recuerdan cuando se doblegó ante el PSOE y la Junta en el tema de la fusión de las Cajas y votó en una asamblea cajeril lo contrario de lo que había defendido en el Ayuntamiento? ¿Recuerdan que votó cinco veces a favor del parking subterráneo en la Encarnación tras doblegarse ante sus socios del PA, como se doblegó por el caso Bazar España? ¿Recuerdan que no sólo no recuperó el dominio público de la margen derecha del Guadalquivir sino que prorrogó las concesiones a los clubes privados tras doblegarse ante lo que previamente consideraba poderes fácticos? ¿Para qué seguir? El (ex) me recuerda ya a aquella novela de Antonio Burgos, cuyo protagonista acabó hablando solo en la esquina de un bar y creyéndose sus propias mentiras: el contador de sombras.