Adiós a José Manuel Cantó: minería y ecología

El año 2022 ha empezado para quienes éramos sus amigos “desde siempre” con la terrible noticia de la repentina muerte, demasiado pronto para un hombre aún joven, de José Manuel Cantó Romera, el geólogo murciano afincado en Huelva y onubense de adopción al que tanto deben, sin saberlo probablemente, los onubenses. Cantó aunó la defensa de dos temas aparentemente antitéticos, la minería y la ecología, y se caracterizó por su firme actitud en pro de la conservación del medio ambiente desde la Junta de Andalucía frente a las todopoderosas empresas del Polo Químico.

Parafraseando la Elegía de Miguel Hernández, la desaparición de José Manuel Cantó ha sido “un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida”, totalmente inesperado porque nada hacía presagiar tal fatal desenlace. De hecho, pocos días antes de su óbito le había leído una de sus acertadas opiniones en la red social Linkedin.

Por mi dedicación periodística a los temas ambientales desde mis inicios en ABC de Sevilla y mi origen onubense y minero, Cantó y yo estábamos predestinados a encontrarnos, más tarde o más temprano, porque ambos compartíamos la misma visión de que era posible, debía ser posible una minería ecológica, una minería que paliara sus pasivos ambientales en vez de dejar tras de sí, como a lo largo de la historia de Huelva, aguas permanentemente ácidas, escombreras gigantescas, agujeros inmensos y un paisaje desarbolado y desolado sin restaurar y del que encima nos consolamos con la presunción de que así somos Marte en La Tierra.

En su afán por prevenir/contrarrestar los efectos de la actividad minera, Cantó investigó mucho sobre las propiedades de cierto mineral, creo recordar que la sepiolita o espuma de mar (así llamada porque flota en el agua), que podía neutralizar la acidez de las aguas de las explotaciones, abandonadas y actuales, e incluso la toxicidad de las montañas de fosfoyesos a las puertas de Huelva capital. Si no me falla la memoria, creo que hasta se hizo con los derechos de una posible reserva de este mineral en el Andévalo o en la Sierra, derechos cuyo mantenimiento le costaba un buen dinero.

Funcionario que llegó a ser de la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía , fue el supervisor de la aplicación del Plan Corrector de Vertidos del Polo Químico de Huelva, que modestamente contribuí a impulsar tras leer Tomás Azcárate, primer director de aquélla, un informe mío sobre los efectos de la contaminación en los moluscos marinos de las costas de nuestra provincia.

Entre las presiones de las empresas petroquímicas, que se resistían a adoptar medidas correctoras por su coste económico y porque hasta entonces habían gozado prácticamente de patente de corso, y la falta de respaldo y dejaciones de la Administración autonómica, José Manuel acabó saliendo de la Junta de Andalucía, con grave quebranto para su economía doméstica, pero se sobrepuso a la adversidad trabajando por libre como geólogo en labores de consultoría.

Un hombre de su valía, de sus conocimientos y de su confianza en sí mismo no se amilanaba ni se dejaba doblegar por nadie. No estuvo dispuesto a sacrificar su independencia y su libertad de pensamiento, fundamentada en sus conocimientos técnicos, por la seguridad de un plato de lentejas como empleado autonómico.

José Manuel Cantó, en uno de sus viajes profesionales como geólogo

Así que en esa tarea de buscarse la vida no era extraño recibir llamadas o correos suyos desde Ecuador o cualquier otro país de América o de África, a los que era llamado para el desarrollo o supervisión de proyectos mineros en su calidad de experto geólogo con experiencia desde en los yacimientos de fosfatos del Sahara hasta los polimetálicos de Sotiel de la Coronada, donde trabajó para la estatal Minas de Almagrera.

Allí, probablemente, conoció al insigne ingeniero de Minas Isidro Pinedo Vara, autor, entre otros, del libro considerado como la biblia de la minería provincial, ‘Piritas de Huelva’. José Manuel conservaba con auténtica devoción un ejemplar de esa obra, firmado y dedicado por el autor.

Cantó me dejaba mensajes indicándome la hora a la que estaría disponible en sus periplos viajeros por el extranjero, dada la diferencia temporal con otros continentes por los que se movía profesionalmente, pero no era raro que, dada su impaciencia, su voz sonara de pronto al otro lado del teléfono con el familiar saludo “¿qué tal, Eme Jota?”.

Su asesoramiento era imprescindible a la hora de abordar con seriedad y profundidad asuntos como la catástrofe ecológica por el vertido tóxico de Boliden en Aznalcóllar, al romperse la balsa de residuos mineros en aquel infausto 25 de abril de 1998.

Hombre polifacético, dominaba el vuelo en ultraligeros, lo que le permitía, antes de que se pusieran de moda los drones, vigilar desde el aire y detectar desaguisados cometidos contra el medio ambiente así como la situación y evolución de las explotaciones mineras.

Cantó hizo desde su ultraligero las fotos que mostraron la magnitud del derrumbe en Cobre las Cruces

Así fue como, por ejemplo, pudo apreciar y fotografiar en toda su magnitud el derrumbamiento en la corta de Cobre las Cruces en enero de 2019. Para que se comprendiera mejor, hasta hizo un fotomontaje metiendo dentro de una foto de la corta la imagen de la torre Eiffel. Aquello y declaraciones y artículos suyos al respecto nos valieron, tanto a él como a mí, amenazas de querella por parte de la multinacional propietaria, la canadiense First Quantum, que, por supuesto, no logró amedrentarnos ni callarnos.

Hace unos meses José Manuel me llamó para hablar expresamente de un libro que estaba escribiendo sobre los fosfoyesos y los métodos para regenerar las marismas de Huelva y que quería quedara como referencia en la materia, por las muchas horas dedicadas a tan sensible asunto.

Las acumulaciones de fosfoyesos en las marismas de Huelva capital (a la derecha, en la imagen)

Su problema era que había escrito ya centenares de folios y que para una edición comercial se vería obligado a resumir mucho más de la cuenta.

Al tratarse de un tema tan especializado y no queriendo él limitarse el espacio le sugerí que explorara la posibilidad de autoeditarse el libro en formato electrónico en Amazon y le pusiera un precio simbólico o lo más asequible posible, ya que no tenía ninguna pretensión de ganar dinero con el mismo, sino de dejar, por así decirlo, un legado técnico. Le gustó la idea y quedamos en seguir hablando, cuando fuera acabando la tarea.

Si no terminó el libro debió de faltarle poco. El mejor homenaje que podría hacérsele desde entidades a las que tanto dio en vida y con las que tanto luchó por Huelva y por su profesión, como el Colegio de Geólogos y la Mesa de la Ría, sería gestionar ante su familia la edición de ese libro sobre los fosfoyesos, en el formato que sea y aunque estuviera incompleto, porque en sus páginas a buen seguro vertió lo mejor de sí mismo el hombre que también nos hizo mejores a cuantos lo conocimos.

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