Parafraseando a fray Luis de León, comentábamos ayer como quien dice las iniciativas de Ana Botella, Joaquín Leguina y Esperanza Aguirre de vetar el acceso a la política a los advenedizos y arribistas sin oficio previo conocido, poniendo para ello como tamiz la condición de que se hubieran ganado anteriormente la vida como asalariados, funcionarios o empresarios.
Los tres políticos citados deberían ir pensando en ampliar la exigencia al grado de formación de los aspirantes a una mamela pública tras conocerse, merced a los Presupuestos Generales del Estado para el año en curso, que de los 245 asesores (casi uno para cada día del año) nombrados por o para el servicio de Mariano Rajoy -aparte de la extensísima nómina de funcionarios del Estado-, 68 de ellos no tienen ni siquiera el título de graduado escolar.
Dado que disfrutamos de Democracia desde hace 35 años y de que incluso en el antiguo régimen existía una amplia escolarización y también una razonable política de becas dentro de las posibilidades, no parece razonable atribuir a los 40 años de la Dictadura el hecho de que casi un tercio de los asesores nombrados a dedo por el presidente del Gobierno carezcan de la acreditación de los más elementales estudios primarios, por lo que cabría deducir que han hecho carrera en la política y de la política su carrera sin más mérito que haber militado desde temprana edad en los alevines del partido, pese a la recomendación de Ana Botella de que por lo menos los de la actual generación sería mejor que estudiaran o trabajaran en vez de dedicarse a pegar carteles o a conspirar contra sus mayores para entrar cuanto antes en las listas.
En un país en el que se exigen todo tipo de títulos educativos -hasta el punto de hablarse de la ‘titulitis’ como obsesión- para poder desempeñar cualquier trabajo -y máxime si es cualificado- o años suplementarios de preparación para ingresar en la función pública tras superar unas duras oposiciones en competencia con millares de aspirantes, sorprende (¿o no?) que un tercio de los supuestos ‘cerebros grises’ que aconsejan a Rajoy sobre Economía, Justicia, Educación, Política Internacional o cualquier materia carezcan siquiera del graduado escolar.
Claro que ello no es óbice para que luego salga el presidente y nos haga un magnífico discurso sobre la cultura del esfuerzo.