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‘Relaxing cup’

Después del “café para todos” de Clavero, el café más famoso de España ha sido el de Ana Botella cuando, en su defensa de Madrid 2020, pronunció en ‘spanglish’ (mezcla de español e inglés) ante el COI la frase “There is nothing quite like relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor (No hay nada más relajante que tomar un café con leche en la Plaza Mayor)”.

El país, y a los satíricos montajes por las redes sociales y los ‘smartphones’ (probablemente los que así los denominan no saben ni qué significa, aunque se rían de terceros) me remito, se cachondea de la alcaldesa capitalina por haber intentado hacerse comprender en otro idioma, cuando lo más fácil y lógico para ella habría sido expresarse en nuestra lengua materna y que hubiera funcionado la traducción simultánea.

Al reírnos de Ana Botella nos estamos riendo de nosotros mismos, de nuestros complejos lingüísticos y de nuestro paralizante sentido del ridículo, por cuanto en materia de idiomas, el que esté libre del pecado de la ignorancia que tire la primera piedra, desde Zapatero hasta Rajoy y con la excepción de Aznar, que no tuvo miedo en expresarse en un inglés macarrónico que ha ido perfeccionando con el uso.

Benny Lewis, cuya historia creía recordar se produjo en Sevilla pero que al parecer acaeció en Valencia, se promociona en Internet como el irlandés polígloto al tiempo que su método de aprendizaje  ‘Fluidez en tres meses’. Cuenta que era un negado para los idiomas y que sólo hablaba su inglés elemental cuando vino a pasar una temporada a España. Tras medio año entre nosotros sufría una enorme frustración por no avanzar en el dominio del español, por lo que se refugiaba en quienes le podían entender en inglés.

Un día decidió que no volvería a hablar en inglés ni con quienes se dirigieran a él en su lengua nativa; que sólo hablaría en su balbuceante español con los españoles y que en caso de que éstos no lo entendieran al principio se valdría de gestos con las manos y el rostro hasta que interpretaran sus deseos y le indicaran la palabra o frase correcta que debía emplear. Imitó un avión o cualquier otra cosa con los brazos cuando no encontraba la palabra precisa en español, pero a los tres meses acabó dominando nuestro idioma, segundo de los ocho en que ahora se expresa, gracias a que no le importó en absoluto que se rieran de él por decir en rudimentario  español el equivalente al ‘relaxing cup of café con leche’ de Ana Botella en inglés.

Y es que el único método para aprender cualquier cosa es la constancia.

Ellos sí que saben

Parafraseando a fray Luis de León, comentábamos ayer como quien dice las iniciativas de Ana Botella, Joaquín Leguina y Esperanza Aguirre de vetar el acceso a la política a los advenedizos y arribistas sin oficio previo conocido, poniendo para ello como tamiz la condición de que se hubieran ganado anteriormente la vida como asalariados, funcionarios o empresarios.

Los tres políticos citados deberían ir pensando en ampliar la exigencia al grado de formación de los aspirantes a una mamela pública tras conocerse, merced a los Presupuestos Generales del Estado para el año en curso, que de los 245 asesores (casi uno para cada día del año) nombrados por o para el servicio de Mariano Rajoy  -aparte de la extensísima nómina de funcionarios del Estado-, 68 de ellos no tienen ni siquiera el título de graduado escolar.

Dado que disfrutamos de Democracia desde hace 35 años y de que incluso en el antiguo régimen existía una amplia escolarización y también una razonable política de becas dentro de las posibilidades, no parece razonable atribuir a los 40 años de la Dictadura el hecho de que casi un tercio de los asesores nombrados a dedo por el presidente del Gobierno carezcan de la acreditación de los más elementales estudios primarios, por lo que cabría deducir que han hecho carrera en la política y de la política su carrera sin más mérito que haber militado desde temprana edad en los alevines del partido, pese a la recomendación de Ana Botella de que por lo menos los de la actual generación sería mejor que estudiaran o trabajaran en vez de dedicarse a pegar carteles o a conspirar contra sus mayores para entrar cuanto antes en las listas.

En un país en el que se exigen todo tipo de títulos educativos -hasta el punto de hablarse de la ‘titulitis’ como obsesión- para poder desempeñar cualquier trabajo -y máxime si es cualificado- o años suplementarios de preparación para ingresar en la función pública tras superar unas duras oposiciones en competencia con millares de aspirantes, sorprende (¿o no?) que un tercio de los supuestos ‘cerebros grises’ que aconsejan a Rajoy sobre Economía, Justicia, Educación, Política Internacional o cualquier materia carezcan siquiera del graduado escolar.

Claro que ello no es óbice para que luego salga el presidente y nos haga un magnífico discurso sobre la cultura del esfuerzo.