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Arboricidio

Cuando Juan Ignacio Zoido estaba en la Oposición, yo le oí decir a cuenta de los arboricidios de Monteseirín a lo largo de la Avenida y de la Plaza Nueva para la pseudopeatonalización con tranvía y bicicletas de por medio, que en el futuro en Sevilla no se cortaría ningún árbol más si no era con la firma del alcalde, o sea, con la suya propia, confiado como estaba en lograr la Alcaldía. Pues bien, Ecologistas en Acción ha denunciado públicamente, con fotos demostrativas incluidas, la tala de al menos cuatro moreras y de cuatro olmos de más de 25 años de antigüedad que daban sombra a las personas y cobijo a los pájaros en la plaza de Bib Rambla. Una de dos: o Zoido ha autorizado de su puño y letra este ‘arboricidio’ o alguien en el Ayuntamiento pasa olímpicamente del alcalde y de la Ordenanza de Arbolado, Parques y Jardines, que exige la apertura de un expediente por cada árbol que se pretenda cortar y siempre que no sea viable otra alternativa como, por ejemplo, su trasplante. Al contrario de lo que cantaba Bob Dylan, en Sevilla los tiempos no están cambiando.

Desprecio

El (sin) alcalde, que desvió 172 millones a las setas y otros delirios arquitectónicos para que además de la cotidianidad la posteridad lo tome por loco, el (sin), decía, hizo en plan trilero  que ese dinero del PGOU para los sistemas generales de los futuros barrios acabara en el Metropol & Cía. Ahora ha  tenido que entonar un ‘mea culpa’ en forma de pacto con los señores del ladrillo,  para que no lo lleven directamente al Juzgado de Guardia. Para representarle en la negociación, el (sin) nombró a su valido Marchena, acostumbrado a disfrutar de gañote  de pinceladas de mariscos al centro con los constructores, por aquello de su época de gerente de Urbanismo. Pero para su escarnio, y sorpresa de Monteseirín, los ladrilleros reclamaron otro interlocutor porque ya no le aguantan ni mijita sus modos matoniles. El desprecio de sus antiguos comensales ha sido un duro golpe a su vanidad. Y es que el valido ya no asusta a nadie desde que lo imputaron en Mercasevilla y los reyes magos le echaron carbón en el Ateneo. Como cantaba Dylan, los tiempos están cambiando.