Los arquitectos salen de la clandestinidad
Hace años, un prestigioso arquitecto llamó indignado a mi periódico por entonces para denunciar la desastrosa situación de las orillas del Guadalquivir.
El espacio comprendido entre el muelle de la sal y la torre del Oro seguía convertido en un gran parking, en contraste con los muelles del Sena, en París, que el ilustre comunicante ponía de ejemplo.
No quedó ahí la filípica, porque del abandono a su suerte de las riberas del río pasó a criticar con gran fundamento muchos otros aspectos de la ciudad.
El redactor que le atendía le dijo:
-Tienes toda la razón. Voy a darle a tus denuncias el máximo espacio posible. Seguro que viniendo de ti se va a abrir un debate público sobre todo lo que has dicho y que el Ayuntamiento va a tomar buena nota para corregir la situación.
Al otro lado del teléfono se oyó una voz suplicante. El ilustrísimo arquitecto se había arrepentido ‘ipso facto’ y dijo que de ninguna manera podía salir su nombre en los papeles, ya que ello podría ponerle en peligro ante la Junta y el Ayuntamiento. En realidad, según aclaró, él había llamado para que fuera el periodista el denunciante de la desidia o las barrabasadas urbanísticas municipales, nunca él mismo.
AL CABO DE DOCE AÑOS
Recordé este caso tras la reciente presentación por el decano del Colegio de Arquitectos, Angel Díaz del Río, del Consejo Consultivo del ente colegial, formado por José Antonio Carbajal, Rafael Manzano, Fernando Mendoza, Antonio Sáseta y Gabriel Verd.
El decano anunció la celebración de unas futuras jornadas sobre arquitectura con el fin de que Sevilla “recupere la sensatez”, perdida a su juicio durante el mandato de Monteseirín por causa de tres iconos de la modernidad según el alcalde: las ‘setas’ de la Encarnación, la torre Cajasol en la Cartuja y la Biblioteca en el Prado.
Los miembros del recién creado Consejo no ahorraron descalificaciones a estos hitos de la era Monteseirín. Para ellos, supuestos representantes de todas las corrientes arquitectónicas del colegio sevillano, las ‘setas’ son como naves extraterrestres que han aterrizado en una ciudad poseedora de una arquitectura y un urbanismo únicos; la biblioteca del Prado es estrafalaria, de pladur y supone un misil contra el PGOU, y el rascacielos en la Cartuja, aparte de ilegal, representa un modelo de arquitectura-espectáculo que sólo busca hacer negocio cuando en realidad nos lleva a la ruina.
El decano, Angel Díaz del Río, ha resumido la cuestión con estas palabras: “Sevilla no necesita más iconos porque ya los tiene y son los que viene buscando la gente”.
TORRES DE MARFIL
Todas estas opiniones de primeros espadas de la arquitectura sevillana (salvo algún caso, en mi modesta consideración) son tan respetables como sus contrarias, porque el libro de los gustos no está escrito, ni hay unanimidad sobre cuál debe ser el canon arquitectónico de Sevilla, aunque algunos se empeñen en erigirse en martillo de la tradición y otros se rebelen contra los profetas de la modernidad. En realidad, existen tantas Sevilla como sevillanos, pero no es éste, el estético, el debate que quiero suscitar.
No, la cuestión de fondo es por qué ahora, a dos meses y pico de las elecciones municipales tras las que se augura un hipotético cambio de ciclo político, se constituye este Consejo y se lanzan estos ataques contra los símbolos de la era Monteseirín, y no durante cualquiera de los doce años de su mandato.
¿Acaso no es este decano del Colegio de Arquitectos que arroja denuestos contra las ‘setas’, la biblioteca y el rascacielos el mismo que participó en algún jurado o comité de expertos convocado por el Ayuntamiento para elegir esos proyectos faraónicos contra los que ahora se pronuncia?
¿Acaso no es este Angel Díaz del Río que ahora tacha de innecesaria la torre Pelli el mismo que, nadando entre dos aguas para no significarse públicamente, lo máximo que se atrevió a decir antaño sobre el rascacielos fue que era “contundente”?
Y, ¿dónde han estado en estos doce años, cuando aún estaban abiertas las mesas del PGOU y se hicieron públicos luego los diseños ganadores de esos concursos o encargos para las ‘setas’, la biblioteca y la torre de casi 200 metros quienes ahora los tachan de platillos volantes, tabiques de pladur y misiles urbanísticos?
¿Estaban acaso en Marte o más bien refugiados tras los seguros muros de sus propias torres de marfil, sin bajar a la arena ni decir esta boca es mía?
COLECTIVO SIN VOZ
Cuando debieron y pudieron alzar la voz para evitar lo que ahora consideran irreparable permanecieron mudos, y en este momento, tras años de una política de hechos consumados y de urbanismo de mesa camilla que ya no tiene remedio, tratan de ponerse al frente de una manifestación que, dada la insensibilidad predominante (salvo casos aislados), ni siquiera ha sido convocada.
La posición del Colegio de Arquitectos, un referente cívico incluso en momentos más comprometidos como los del franquismo (contestación a la usurpación del ejido comunal del Prado o al Actur de la isla de la Cartuja), recuerda la verídica historia de Caracol el del Bulto, aquel flamenco que fue padre de Manolo Caracol y mozo de estoques del torero Joselito ‘El Gallo’, durante un viaje desde Sevilla hasta Madrid en un tren tirado a duras penas por una locomotora decimonónica.
Cuando, tras descender del tren en la estación de Atocha, caminaba ya por el andén, de pronto la máquina dio un resoplido y lo envolvió por completo en una nube de vapor.
Caracol no pudo contenerse y exclamó:
-¿Ahora me vas a venir con eso? ¡Esos cojones, en Despeñaperros!