Rojas Marcos, alcalde entonces, dijo que Sevilla era una ciudad universal pero que hasta la Expo 92 no había tomado consciencia de su universalidad. Efectivamente, la que fue capital del mundo durante su condición de puerto y puerta de América recuperó un rol planetario con la celebración de la mayor y más exitosa Exposición de la historia y acogiendo las reflexiones de aquel ‘Senado de los saberes’ que fue el Comité de Expertos, el cual alumbró reflexiones sobre el futuro de la Humanidad recogidas en documentos como ‘En el umbral del Tercer Milenio’.
Siete años después, nuestra ciudad aún gozaba de aquella proyección internacional al dar nombre a la ‘Declaración de Sevilla’, que aquí suscribieron los participantes en la Conferencia Euro-Mediterránea de Ciudades Sostenibles.
Aún hace un decenio, en 2002, Sevilla era escenario de la Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, en la que se acordaron temas tan importantes como el Plan Global de Asilo e Inmigración y la Reforma de la organización y funcionamiento de las propias Cumbres Europeas y del Consejo de Ministros de la Unión.
Estos grandes eventos con proyección mundial y ligados a Sevilla hasta hace tan sólo una década contrastan con el nuevo rol al que aspira la ciudad, su vuelta al clásico papel de jugador número 12, puesto de manifiesto el domingo con el karaoke promovido por el Ayuntamiento en la Plaza de San Francisco, con el cantante Hugo Salazar de maestro de ceremonias y definido como ‘El mayor evento navideño jamás cantado’. ¿Objetivo? Reunir a un coro de 15.000 personas que cantaran, siguiendo la letra proyectada a modo de karaoke sobre la fachada de las Casas Consistoriales, el tema ‘Blanca Navidad’, para que así Sevilla pueda figurar en el libro Guinness de los Records junto al de esos pueblos a los que nadie conoce y que por eso mismo inventan marcas estrafalarias como la de degustar la paella más grande del mundo, batir el récord de troncos convertidos en astillas a hachazos o superar el de kilómetros de fichas de dominó que se sostienen en pie sin caerse.
Al igual que en la evolución humana hay una escala de Jacob por la que el hombre asciende desde la piedra al cielo, en la evolución de las ciudades debe de haber otra escalera en la que Sevilla recorre el camino inverso: desciende desde los cielos que tocó con la Expo hasta el suelo de equipararse a cualquier poblachón sin nombre que trata de lograr un estrambótico minuto de gloria.
Será ésto a lo que Zoido llama “la ciudad del talento”.