Joaquín Turina nunca podría haber emulado a Ottorino Respighi, compositor de ‘Las fuentes de Roma’, sencillamente porque en esta Sevilla que presume de ser nodo entre Oriente y Occidente, ciudad de la música y unos cuantos títulos rimbombantes más no hay una fontana maravillosa como la de Trevi en la capital italiana –donde abundan las fuentes de agua sorprendentemente fresquísima para un clima parecido al nuestro- ni apenas humildes pilones o grifos, a pesar del tórrido calor del estío. No sé si esta carencia será fruto de un contubernio entre Emasesa y los hosteleros para que los sofocados turistas, rojos como salmones en su transitar por nuestras calles , acaben pasando por caja a cuenta del agua embotellada. A quienes hemos podido asomarnos al extranjero y disfrutar gratuitamente de la profusión de fuentes de otras ciudades nos causa vergüenza ajena comprobar cuán lejos se halla aún Sevilla de cumplir ciertos estándares normales en capitales europeas. Aquí, pese a que alardeemos de carácter abierto y de hospitalidad, resulta que al turista, ni agua.
Sin fuentes
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