El TSJA no se ha dejado engatusar, como tampoco los vecinos, por el ‘regalo envenenado’ de la Hispalense y ha decretado la completa demolición a sus expensas de los pilares de la biblioteca y la reposición de los jardines del Prado a su estado original. ‘Regalos envenenados’ llamaba Cassinello a los pabellones de la Expo que los Participantes querían legar a España al final del 92, porque aquel altruismo escondía la intención de ahorrarse los gastos de la demolición, obligada por el Reglamento de la Muestra. La Hispalense, con su oferta de convertir los muñones de cemento en unos jardines colgantes de Babilonia y en miradores para pájaros, no pensaba ni en los vecinos ni en Sevilla, sino en ella misma: ahorrarse la vergüenza y, sobre todo, el coste del derribo. No ha colado su plan porque está más que calada tras seis años de pleitos con unos vecinos a los que en su soberbia amenazó con exigirles 10.000 euros por cada día de parón a su obra faraónica. Con la decisión del TSJA impera la justicia y el sentido común. Lo contrario habría sido primar la ilegalidad.
A la piqueta
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