Campana

Entre dos poderes fácticos de la ciudad, los comerciantes del Centro y el Consejo General de Hermandades y Cofradías, Zoido se decantó esta vez por los capillitas cuando, según confesó ingenuamente Amidea Navarro, decidió cambiar este verano los tradicionales adoquines de la Campana sólo porque aquéllos se quejaron de que algún desnivel dificultaba el racheo de los costaleros. Atendiendo el dicho de “tus deseos son órdenes para mí”, el alcalde se ha gastado 80.000 euros en cabrear a Aprocom y complacer al Consejo cambiando los adoquines de toda la vida, bastante pasables (¿y no habría bastado y resultado más barato con arreglar el desnivel?), por otros foráneos que como chupan el gasóleo que sueltan los autobuses y la grasa del tráfico pues ya parece que llevan allí desde siempre, de sucios que están. Y, sin embargo, a pocos metros, el asfalto de Alfonso XII está carcomido y lleno de baches, sin que la calle se arregle. Será que la Hermandad del Silencio, haciendo honor a su nombre, los soporta con resignación cristiana y no ha formulado aún queja alguna.

 

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