El querido colega Javier Rubio se pregunta qué habría ocurrido si se hubieran empezado a construir en Tablada las 15.000 viviendas preconizadas por los señores del ladrillo, cuando sin poner un solo ídem en la antigua dehesa el pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha dejado 4.000 pisos sin vender en Sevilla y 20.000 en la provincia. La respuesta es que ahora habría 35.000 pisos vacíos más que añadir a los 113.248 igual de hueros (censo del INE, 2001) comprados durante la fiebre especuladora con el único fin de dar un pelotazo; o, casi peor aún, a medio construir como esas promociones a las que les invito pasen y vean entre Gelves y La Puebla o junto a Las Pajanosas. Cela tenía una máxima: esperaba diez años antes de comprar un libro de moda, por si para entonces había pasado la prueba del tiempo. Al urbanismo, donde se necesita un decenio para convertir el suelo rústico en ladrillo, habría que aplicarle el mismo principio del nobel gallego: dejar una década en el congelador las megalomanías de los PGOU y sin PGOU, a fin de ahorrarnos indeseados barquinazos.
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La mochila
El dilecto colega Javier Rubio escribe: “Uno de los grandes misterios de la Humanidad en vacaciones, qué llevan los turistas en la mochila. No falla: un turista, una mochila. Y no una bolsita cualquiera, sino un saco…¿Qué llevan los tíos ahí?”. Me alegra que haga esa pregunta porque he sido cocinero antes que fraile y por estar cansado de los denuestos de los prebostes contra los turistas “de mochila y alpargata”. Veamos: mochila media, con dos departamentos desde la cintura hasta el cuello, más otro menor. Departamento más cerca de la espalda, para preservar del calor o el frío el contenido: varios bocadillos y botellas de agua, alguna pieza de fruta, servilletas de papel y bolsas vacías. Segundo: paraguas para la lluvia o el sol, rebeca o chubasquero, gorra, gafas de sol, diccionario de bolsillo, plano de la ciudad, mapa del transporte y cámara de fotos. Tercero: pilas recargables, tarjetas de fotos, bloc de notas, bolígrafos, líquido de manos. Ah, y como diría Napoleón, piesen que cada turista puede llevar en su mochila el bastón de un futuro mariscal.