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Dos picas en Holanda

Cuando estas líneas vean la luz, debe de haberse reinaugurado uno de los museos más importantes del mundo, el Rijksmuseum (literalmente, el museo del Reino) de Amsterdam, tras su restauración y adaptación a las necesidades en el siglo XXI por los arquitectos sevillanos Antonio Cruz y Antonio Ortiz que, como ahora suele decirse, han prestigiado con su fantástica labor la marca Sevilla en Holanda y ante el mundo, ya que la prensa internacional que asistió a la presentación restringida de las obras ya terminadas (500 medios se acreditaron) se ha deshecho en elogios ante el resultado conseguido.

Nada hacía presagiar la odisea que los artífices entre nosotros del estadio de la Cartuja, la estación de Santa Justa y la biblioteca Infanta Elena iban a sufrir cuando en 2001 ganaron el concurso internacional para remodelar el equivalente al Prado holandés. Según el presupuesto considerado más o menos como el original, los trabajos debían costar 272 millones de euros y estar ejecutados en 2008.

Se han finalizado en 2013 y al coste de unos 375 millones, equivalentes al de la torre Pelli o al triple de las Setas de la Encarnación, pero con un resultado artístico excepcional y, se espera, también económico en el tiempo, ya que se prevé captar dos millones de visitantes tras el reestreno del museo y la expectación mundial que ha suscitado.

El retraso en cinco años sobre el plazo inicialmente previsto se ha debido, fundamentalmente, a dos factores: el conflicto con los ciclistas y la complejidad técnica para materializar algunas de las propuestas de los arquitectos sevillanos.

El Rijksmuseum, construido en 1885 por Pierre Cuijpers en una mezcla de estilos arquitectónicos, está situado a medio camino entre el casco antiguo con sus preciosos canales y los nuevos barrios de Amsterdam, y siendo ésta la capital mundial de la bicicleta (700.000 usuarios), los ciclistas utilizaban tradicionalmente el pasaje o galería central del edificio como atajo entre una y otra parte de la ciudad.

La todopoderosa Federación Ciclista y el Comité de Conservación del pasaje paralizaron durante nada menos que dos años (2004 y 2005) la restauración del inmueble (consiguieron que el Ayuntamiento no diera la licencia de obras) hasta que Cruz y Ortiz no idearan una solución arquitectónica que salvaguardara el tránsito ciclista por medio de la galería, una anomalía a ojos de los arquitectos sevillanos, para los que era difícil concebir tal práctica en una de las catedrales mundiales del Arte. Cómparese la lucha de los ciudadanos de Amsterdam por mantener esa tradición de paso con bicicletas por medio del pasaje del museo nacional con la conformidad de los sevillanos a perder su inmemorial derecho de cruzar por el Patio de los Naranjos de la Catedral, cerrado en 1992 por la Iglesia con el fin de explotarlo turísticamente.

Hasta tres soluciones distintas imaginaron Cruz y Ortiz para conseguir el beneplácito  de los ciclistas y lograr finalmente un consenso para integrar carriles-bici en el vestíbulo del Rijksmuseum. Los arquitectos acabaron comprendiendo la exigencia cuando la tradujeron en clave sevillana: “Cambiarle el recorrido aquí a los ciclistas es como intentar cambiarle el recorrido en Sevilla a una cofradía”.

 

El segundo motivo del lustro de retraso fue la idea de ganar espacio mediante la conexión de dos patios interiores separados y desaprovechados hasta entonces, para lo cual había que hacer una excavación de unos nueve metros de profundidad. Este plan, que en otra ciudad se habría resuelto metiendo varias excavadoras sin más, era una misión casi imposible en Amsterdam, gran parte de la cual, si no toda ella, se encuentra bajo el nivel del mar y con la capa freática casi a ras de suelo.

Cruz y Ortiz, sin embargo, ya tenían alguna experiencia en lides similares. Sin ir más lejos, buena parte del estadio de la sevillana isla de la Cartuja se encuentra embutida bajo rasante, con el fin de evitar que su inmensa mole causara mayor impacto paisajístico sobre el perfil llano de la isla y del conjunto de Sevilla, para lo cual, dada la cercanía del manto freático sevillano, hubo que protegerla mediante un anillo de hormigón.

Cómparese también esta preocupación de los dos arquitectos por evitar la afección visual del estadio con lo que se ha hecho luego con la torre Pelli en el lado contrario de la Cartuja y en el borde del casco histórico: 178 metros de altura.

En Amsterdam, Cruz y Ortiz recurrieron a buzos especializados para materializar su idea. El resultado final ha sido espectacular: un atrio de 3.000 m2 con una montera acristalada que inunda de luz natural el interior y que cuando cae la noche se ilumina artificialmente gracias a dos enormes estructuras metálicas en las que se insertan los focos eléctricos. Este atrio se ha convertido ya en el símbolo del nuevo Rijksmuseum y al mismo desembocan los servicios comunes de la institución.

Tuve la oportunidad de visitar el museo en la fase final de los trabajos, cuando al menos por entonces era ya accesible al público -frente a la creencia, incluso para los medios de comunicación, de que estaba clausurado por las obras- y se podía disfrutar sin los agobios ni la afluencia masiva que se daban en el cercano museo dedicado monográficamente a Van Gogh, a cuyas puertas se formaban colas multitudinarias, con largos tiempos de espera.

Con sus paredes redecoradas en azul y gris, el museo, fantástico, no está ya organizado por estilos artísticos, colecciones, material o pintores, ya que su hilo conductor es la ilustración mediante el arte y los objetos (cuadros, maquetas de barcos, muebles…) de la historia de Holanda a lo largo de 800 años: cómo un pequeño país se convierte en una potencia gracias a su dominio del mar y al comercio. Y un detalle significativo: no vi ni un solo motivo religioso ni cuadro de tal temática en las decenas de galerías que lo componen.

La sala estrella es la Galería de Honor, sancta sanctorum del arte holandés, donde se exponen las mejores obras de sus grandes pintores (Hals, Steen, Vermeer), presididas por la imponente ‘Ronda de Noche’ del gran Rembrandt.

En este espacio, en la noche previa al día (próximo 30 de abril) de su entronización, ofrecerán los futuros Reyes de Holanda, Guillermo Alejandro y Máxima, una cena de gala a los mandatarios internacionales invitados al acto. Es de dominio público que Guillermo y Máxima iniciaron aquí, en la Feria de Abril de 1999, el noviazgo que desembocó en boda en 2002.

Holanda, pues, debe de alguna manera a Sevilla ese matrimonio real y, merced a Cruz y Ortiz, la recuperación de su museo nacional, dos circunstancias que no hemos sabido aprovechar con acciones especiales para proyectarnos aún más en el mercado de los Países Bajos. Aquí parece que sólo se piensa en la maratón de Nueva York.

* https://www.rijksmuseum.nl/

Vehículos

El Foro ‘Taxi Libre’ denuncia ante el Ayuntamiento la tiranía de los ciclistas y exige que suscriban un seguro de responsabilidad civil para afrontar los daños que puedan causar y que se matriculen las bicicletas para que sean identificables. Como peatón militante, y por tanto en un grado evolutivo superior al automovilista y al ciclista en la escala de Jacob de la movilidad sostenible, me cruzo a diario por las calles con bastantes (ojo, no estoy diciendo todos) ciclistas incívicos que no respetan ni la prioridad de paso del viandante ni el límite de velocidad en zonas compartidas, y con otros que por su impericia (su novelería se les nota a la legua) constituyen un peligro ambulante. Mi admirado Ricardo Marqués, gran impulsor de la bicicleta desde los viejos tiempos, decía que con los carriles bici por fin se había reconocido en Sevilla que aquéllas no son juguetes de paseo, sino vehículos para circular. Pues si las bicicletas son vehículos, en pura lógica y como piden los taxitas debe aplicárseles -a ellas y a quienes las manejan-  el Código de Circulación.

Dos ruedas

Yo, que en la escala evolutiva  me sitúo en la cúspide de la pirámide al haber adquirido la condición de peatón muchos años antes que Torrijos la de ciclista de salón, me felicito por que el Tribunal Supremo haya declarado que los viandantes podemos circular por las aceras al igual que los ciclistas. Interpreto el fallo judicial al revés que el Ayuntamiento, en línea con lo que pregonaba Suárez durante la Transición: hay que dar rango de ley a lo que es normal en la calle. Y aquí lo normal, dijera lo que dijera el TSJA con sus prohibiciones, es que los ciclistas incívicos, que desgraciadamente son legión por lo que observo a diario en mi deambular por la rúa, han tomado el carril bici, la calle y las aceras. Por tanto, ahora al menos se reconoce que unos y otros estamos en pie de igualdad y que los peatones podemos ser atropellados en las aceras por los ciclistas prepotentes, esos que te gritan que te apartes porque les estorbas, con todas las de la ley. La sentencia también da vía libre al amarre en los árboles. Si de verdad lo siento es por los naranjos.