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La Sevilla de las antípodas

Frente a la ‘grandeur’ de los nuevos estadios ‘Olímpico’ que son las ‘setas’, la biblioteca a costa de una zona verde en el Prado y el tranvía que duplica en superficie el trazado del Metro, el sentido común de que una ciudad es sobre todo la suma de muchas pequeñas cosas. Fiel a su estilo, ésta fue la ‘filosofía’ de gobierno que expuso  Soledad Becerril en  el ciclo de ‘Los exalcaldes democráticos’, del grupo La Raza, los que tiraron de la manta de Mercasevilla en plan Hércules con los establos de Augías. Al margen de ciertos lapsus de memoria con el Urbanismo, doña Sole recordó como su mejor hito un Ayuntamiento ordenado, calles limpias y servicios municipales cuidados. Tal era su obsesión por los detalles que su al final odiado socio, Rojas Marcos, definió malévolamente su visión de Sevilla como ‘la casita de Pin y Pon’. Sí, pero como ella ha dicho, se llevó bien con los vecinos y con la Oposición, no orilló a los funcionarios, no derrochó en teles ni fundaciones, ni se pasó el día en los Juzgados. Soledad Becerril, en las antípodas de Monteseirín.

Setas= 5 facturas ‘olímpicas’

Las ‘setas’ se han convertido, tal como editorializaba este periódico, en el particular estadio ‘olímpico’ de Monteseirín. A fecha 22 de noviembre de 1999,  el coste de la ejecución material del estadio ascendía a 15.994 millones de pesetas (96 millones de euros), sin contar los honorarios de los arquitectos e ingenieros, la pista de atletismo y la urbanización exterior. Redondeando cantidades por todos los conceptos, la estimación del coste final ascendería a unos 20.500 millones de pesetas, (123 millones de euros). El Metropol Parasol impulsado por Monteseirín se alza sobre las ruinas de Palmira del proyecto previo iniciado durante su mandato en coalición con el PA y que el alcalde se cargó de un plumazo, como se cargó el de  Moneo en el Prado, para que no quedara legado de sus predecesores o socios, aunque la factura de lo desechado la acabaran pagando los sevillanos.

Sumemos  actuaciones en la Encarnación. La liquidación del mercado del PA  para poder plantar sobre el mismo las ‘setas’ del alemán Jürgen Mayer costó 9 millones de euros en indemnizaciones. Las obras para mantener las pantallas en torno a los restos arqueológicos, 5,3 millones. El concurso de ideas del que emanaron las ‘setas’, 90.000 euros. El ‘Antiquarium’ (aunque ahora lo metan en el Plan 5.000 es dinero público), 8,5 millones. Los honorarios del arquitecto, 5. Los del coordinador, 30.000 euros. La aportación municipal a Sacyr, 25 millones. La segunda aportación, 7 millones. La tercera, 18 millones. En total el Ayuntamiento ha detraído al contribuyente 77.920.000 euros. Hay que añadir el valor de la aportación en especie a Sacyr para su explotación durante 40 años: el edificio de la Hacienda municipal y los espacios del conjunto urbano aledaño, cuantificados en 32,4 millones de euros. Total: 110.320.000 euros.

Hay dos diferencias entre las ‘setas’ y el estadio ‘olímpico’. La primera es que el recinto deportivo se acabó a tiempo para el Mundial de atletismo y que el Parasol se anunció para junio de 2007, acumula ya casi tres años de retraso y nadie sabe cuándo se terminará. La segunda es que como todas las Administraciones eran accionistas, al Ayuntamiento sólo le correspondía asumir el 17,892% del coste del coliseo deportivo, es decir unos 22 millones de euros.

Conclusión: las ‘setas’ han supuesto hasta ahora para los sevillanos un coste cinco veces superior al del estadio de la Cartuja.

Conejillo de Indias

El Parasol se alza así no sólo como el símbolo de la megalomanía de Monteseirín, sino también de la improvisación que ha caracterizado su etapa al frente de Sevilla, tal como ha dejado en evidencia Celis cuando anunció el último sobrecoste de 18 millones de euros que han supuesto para las arcas municipales las ‘setas’ diseñadas por Mayer. Celis ha reconocido que se trata de “un proyecto constructivo imposible cuya ejecución ha sido incierta desde que comenzó y que se adjudicó sin que existiera la tecnología necesaria para poder ejecutarlo”.

¿Qué habría ocurrido en una empresa privada si un ejecutivo hubiera realizado una confesión similar y además hubiera añadido que no se atrevía a dar fecha alguna de conclusión de un proyecto con una desviación presupuestaria del 100% sólo en la fase constructiva? Mientras la prudencia aconseja a cualquier gobernante que administra el dinero del contribuyente atenerse al principio de “los experimentos, con gaseosa”, el Ayuntamiento embarcó a la ciudad en un proyecto puramente experimental al reconocer ahora que no se había desarrollado la tecnología para materializarlo. Sevilla, pues, ha sido el conejillo de Indias donde el arquitecto ha probado en plan ensayo/error la fórmula de las ‘setas’ a costa de un dinero dedicado inicialmente a equipamientos de la ciudad y agotando la paciencia de unos placeros que ya llevan 36 años esperando una solución para la Encarnación.

Delirios de grandeza

El encargado de materializar los delirios de grandeza de Monteseirín en su obsesión por dejar su sello para la posteridad no fue otro que su ‘alter ego’, en su etapa como gerente de Urbanismo: Manuel Marchena, el Mr. Hyde del doctor Jekyll. Marchena encargó a Tinsa un informe sobre cómo financiar la operación y el cálculo del valor de la concesión en especie que posteriormente se otorgó a Sacyr. Desde su estratégico puesto en Urbanismo, arrancó de la Oficina del PGOU el plácet para disponer de 25 millones de euros destinados a los sistemas generales de la ciudad y gastarlos en la Encarnación, sin prever que a esos 25 habría que añadir con el devenir del tiempo otros 25… por ahora. También se encargó de obtener de la Intervención Municipal su reticente visto bueno a que reservara el dinero para dos anualidades, cuando normalmente no se permite hacerlo más que para el ejercicio en curso. Marchena también se trajo de Córdoba para secretario del concurso de ideas y coordinar las obras a uno de los implicados en el centro de congresos Palacio Sur, del arquitecto holandés Rem Koolhas, del que acabó huyendo Ferrovial cuando se percató de que el coste de la obra se dispararía a los 174 millones de euros: un aviso a navegantes para Sevilla.

Marchena fue también quien elevó al Consejo de la Gerencia de Urbanismo la propuesta de que la obra se adjudicara a Sacyr en vez de a otras empresas que habían hecho una estimación de costes más ajustadas a la realidad. Apostó por la oferta más a la baja posible y al final ha resultado la más cara para el bolsillo de los sevillanos.